15 febrero, 2024

Caminando por la memoria (2 de 2)


En la entrada que escribí ayer en el blog hablaba de las historias y los personajes que fui conociendo cuando inicié la investigación histórica para la novela que llevo escribiendo desde hace más de una década. Pero lo que me motivó a caminar la Marcha de la Desbandá es la memoria de mis familiares que la sufrieron. Su historia, que se había ido transmitiendo de forma oral a lo largo de las generaciones, se certificó el día que encontré la Auditoría de Guerra de mi abuelo. Todos los presos republicanos debían firmar ese documento cuando eran detenidos, que explica los detalles de su guerra particular. El resto de los detalles aparecen en decenas de libros que leí sobre estos hechos…


A las tres de la madrugada del viernes 22 de enero partió de la carrera del Genil y del Paseo del Salón en Granada una larga columna de camiones. Transportaba un tabor de Larache, un batallón de Lepanto, dos compañías de milicias, dos escuadrones, dos baterías y una sección de zapadores. Sus órdenes eran claras: “la marcha se hará lo más rápidamente posible, a fin de lograr el objetivo principal (Alhama) en una jornada. Caso contrario, las columnas armonizarán su desplazamiento a fin de coincidir ante este objetivo”. Había comenzado el avance franquista por el noreste hacia Málaga.


Solo unos días antes mi tía abuela Ángeles, su hermano Paco y un amigo al que llamaban el Chico Pericas decidieron “pasarse” al territorio republicano. Desde el fusilamiento de hermano Paco a finales de octubre vivían con el miedo en el cuerpo. Una mañana en la que iba desde su casa en Churriana, un pueblo de la vega, hacia Granada, donde estaba la fábrica de tabaco en la que trabajaba, recibió el aviso de que los falangistas estaban deteniendo por el camino a todos los que consideraban que podían tener simpatías por la República. Ángeles se escondió entre las altas cañas de un campo de maíz. Su dueño había sido asesinado y la cosecha estaba aún sin recoger. Estuvo horas escondida hasta que, con la primera oscuridad de la noche, regresó a casa de sus padres. Esa madrugada debió de ser larga. Hubo discusiones sobre qué hacer. Al final decidió huir con su hermano. Antes de que amaneciera su padre los escondió en un carro de bueyes, bajo por una pequeña montaña de estiércol. Ya en las afueras del pueblo comenzaron a caminar atravesando Las Gabias -la Chica y la Grande- y luego La Malahá, escondiéndose cada vez que intuían algún peligro. Llegaron a la línea del frente ya de noche y se encontraron con los primeros soldados republicanos.


Con la luz de la mañana Ángeles vió la actividad frenética que había en el campamento. Habían llegado municiones y todos andaban agitados esperando el inminente avance del ejército nacional. Cuando pudieron quitarse el olor espantoso de encima, les dieron de desayunar. Los víveres estaban en cajas con letras escritas en ruso. Ella nunca olvidó el color de la mantequilla azul, tan diferente de la que ella estaba acostumbrada. Después continuaron la marcha con destino a Jayena, el pueblo del sur de la provincia donde vivía su hermana María. En la mayoría de los campos ya se había realizado la siembra, si bien aún había hazas donde no se había segado el trigo. La aceituna ya había sido recogida y sus frutos se amontonaban en muchas casas. Ellos entonces aún no lo sabían, pero ése era el mismo camino por el que solo unos días más tarde iba a avanzar el enemigo del que estaban huyendo.


Ese mismo día, 22 de enero, mi abuelo José Castro Peregrina entraba en Málaga al frente de un rebaño de ganado que había estado requisando durante varios días por las sierras. A pesar de su juventud, era tratando de ganado y tenía experiencia con los animales. Edward Norton, un americano que vivía en Málaga y sentía ciertas simpatías por los franquistas recoge en su diario la impresión que causó entre los hambrientos habitantes de Málaga: “Trajeron a Málaga una gran manada de ganado, para impedir que las bestias cayeran en manos de las tropas de! general Franco, según nos dijeron. Cuando pasaban por La Caleta, oímos un gran coro de mugidos, relinchos, rebuznos y gruñidos, junto con gritos y blasfemias de los impacientes y temerosos arrieros, que les metían prisa para que avanzaran. Estos animales venían del noreste de la provincia donde los nacionales avanzaban en un ataque sorpresa desde Granada.” La ciudad estaba sumida en el caos y apenas quedaba comida. No quedaba aviación que la defendiera y estaba a merced del enemigo.


Las noticias del avance de los fascistas ya habían llegado a Jayena. Mi abuela María Álvarez López cogió a su hija María, mi madre, que entonces apenas tenía un año y medio y comenzó la huida. Cuando sus hermanos llegaron al pueblo no la encontraron. Las calles estaban vacías, llenas de la remolacha que se había recogido para plantar trigo. La aceituna estaba a medio recoger y los campos estaban llenos de sacos con la que había sido recogida. Jayena cayó en manos de los fascistas el 24 de enero. Entonces comenzó un fuerte temporal que hizo mucho más difícil el avance, pero que también paró las operaciones militares. El enemigo aprovechó para incorporar importantes refuerzos: las tropas italianas del Corpo Truppe Volontarie (CTV) que contaba con cuatro divisiones, la primera de ejército regular y las otras tres de milicianos fascistas.


En cuanto las malas noticias llegaron a Málaga y a pesar del temporal, José decidió regresar a Jayena para salvar a su mujer y a su hija. El boquete de Zafarraya parecía la puerta hacia el infierno. Una marabunta descendía serpenteando entre las curvas de la carretera. Pese a las advertencias de lo que huían José decidió seguir adelante hasta que la realidad se impuso a su voluntad. Primero encontró un grupo de cadáveres. debían haber sido asesinados por alguna avanzada. Más tarde divisó tropas enemigas que avanzaban con rapidez. Tuvo que volver sobre su pasos, manchar su cuerpo con la sangre de los muertos que había encontrado en el camino y tumbarse entre los cadáveres.


Durante varios días María caminó con su pequeña en brazos, mientras su marido y sus hermanos las buscaban. Sus rastros se pierden en la locura de La Desbandá. Mi abuelo siempre la recordó como una enorme e inútil masacre. Ángeles y Paco tuvieron que esconderse entre los cañaverales para evitar la metralla de los aviones. Algunos de los que se escondieron nunca se levantaron. Fueron días de muerte, horror y locura.


Mis abuelos José Castro y María Álvarez

Todos se acabarían encontrando algunos días más tarde. La línea del frente quedó establecida en Castell del Ferro y se establecieron cerca de allí: en la Rábita. El desastre de la caída de Málaga provocó la calidad de Largo Caballero. Fue sustituido en la Presidencia del Gobierno por Juan Negrín, un hombre más culto y preparado. Se reorganizó el ejército y José fue llamado a filas. Formó parte del cuerpo de Intendencia de la 85 Brigada que se estableció en Berja. Su misión siguió siendo requisar ganado, sobre todo caballos.


Ya al final de la guerra estuvo varios días y noches sin dormir. Le dieron unas pastillas rusas que le quitaron el sueño y le ayudaban a combatir el cansancio, Debería conseguir el mayor número de caballos posible. ël no lo sabía pero su misión formaba parte del Plan P, diseñado por el General Rojo como el último y desesperado intento por cambiar el curso de una guerra que se estaba perdiendo. El plan fue abortado en el último momento por desacuerdos entre diferentes miembros del alto mando.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2009/12/el-plan-p-el-ultimo-intento-de-la.html


Tras la guerra mi abuelo fue encarcelado primero en la prisión del Alhama. De allí fue trasladado a la cárcel de Granada y luego al campo de concentración de La Espartera, cerca de Baza. Cuando fue liberado se unió a la partida de los hermanos Quero que continuaron luchando en los primeros años de posguerra en la ciudad de Granada.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/03/los-secretos-del-abuelo-desconocido.html


Mi abuela les dió cobijo en su cueva del Barranco del Abogado. Cuando la Guardia Civil se enteró, la torturó -estaba embarazada de su tercera hija- y la puso frente a un pelotón de fusilamiento para que confesara dónde se escondía su marido con el resto de miembros de los Quero. Nunca lo hizo. Siguieron contra ella un consejo de guerra: la Causa 595 que la acabó condenando a 10 años. Pasaría casi ocho años en las cárceles de Granada y Málaga.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/07/la-causa-595.html


Mi abuelo huyó y vivió durante décadas en Holanda. El resto de los Quero tuvo un final dramático

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/12/los-hermanos-quero-el-dramatico-final.html


No hay una única Desbandá. Hay tantas como historias de los que la sufrieron, diferentes rutas de huída, con finales muy distintos. Todas ellas son igual de importantes y todas merecen la pena ser recordadas. Caminando por la memoria también los rescatamos del olvido.


Caminado por la memoria (1 de 2)

El sol calienta la mañana de febrero en la terraza del hotel en Castell del Ferro. Es martes y trece. A lo largo de los últimos días hemos caminado tres etapas -casi 60 kilómetros- de la VIII Marcha La Desbandá, que se celebra en memoria de los centenares de miles de personas que huyeron de Málaga durante la Guerra Civil. Llevaba demasiado tiempo deseando participar y al hacerlo he saldado una vieja deuda personal. Ha sido un honor y un placer compartir sendero con tanta gente de lugares tan dispares. Me ha sorprendido la cantidad de personas venidas de lejos de Málaga: vascos, navarros, catalanes, madrileños, franceses… con los que he tenido ocasión de conversar a lo largo de la ruta, contando y escuchando historias que se entrelazaban tejiendo complicidades.

He caminado por la memoria de mis familiares que sufrieron esta masacre hace justo ahora 87 años, por la memoria de centenares de miles de personas, en su mayoría mujeres y niños, que caminaron más de doscientos kilómetros a lo largo de la carretera de Málaga a Almería huyendo del terror fascista mientras eran perseguidos por la infantería italiana, ametrallados por la aviación alemana o bombardeados por los barcos franquistas.


Comenzamos la marcha en la 4ª etapa que partió de la Catedral de Málaga. La emoción sólo necesitó unos pasos para aflorar, los pocos que tardaron las mujeres que encabezaban la marcha en cantar el himno de La Desbandá. Más de setecientas personas avanzamos por el parque, el paseo marítimo y las playas de El Palo hasta llegar al Peñón del Cuervo. La etapa acabó en el llamado Paseo de los canadienses, que recuerda la labor desarrollada por Norman Bethune, uno de esos personajes fascinantes que se vieron envueltos por los acontecimientos y del que he hablado en este blog:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/02/el-heroe-desconoocido.html


La 5ª etapa se inició en Almuñécar y, tras atravesar Salobreña, acabó 18 kilómetros más adelante en la desembocadura del río Guadalfeo. Todo el rato fui justo detrás de Manolo Teniente, el hombre que siempre encabeza la columna con una bandera republicana sobre sus espaldas. Estaba vez acompañada por la bandera palestina, ya que esta marcha -que recuerda una masacre que sucedió hace casi nueve décadas- no podía olvidar otra que está sucediendo en nuestros días. Y al igual que ocurrió entonces, con la completa pasividad de las democracias occidentales. Manolo sabe muchas cosas sobre los hechos históricos que rodean La Desbandá. No sólo los grandes acontecimientos políticos, sino también las pequeñas historias de las personas sencillas que los sufrieron y que son las que a él más le interesan. Para mí, que llevo años obsesionado con este tema, fue un lujo compartir pasos y conversación con Manolo. 


Desde la vanguardia podía ver cómo se alargaba la columna, formada por 537 personas, serpenteando entre las curvas. Al llegar al río Guadalfeo charlamos con una mujer francesa que nos explicó la historia de su padre. Podíamos ver la emoción en sus ojos cuando hablaba del comandante del ejército republicano que pudo huir en el último barco que zarpó del puerto de Alicante para acabar en un campo de prisioneros en Argelia, donde ella vivió muchos años antes de trasladarse a Toulouse. Junto a la desembocadura de ese río ahora casi seco que, 87 años antes, bajaba crecido por las lluvias, murieron muchas personas intentando atravesarlo:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2012/10/el-puente-sobre-el-rio-guadalfeo.html


La 6ª etapa arrancó en Torrenueva. Está vez me quedé en la cola esperando a mi primo Ernesto, que se incorporaba a la marcha. Desde allí los senderistas parecían una larga fila de hormigas que avanzaban entre los rayos del sol por las crestas de los acantilados. Tras el fin de semana, el número bajó a las 154 personas que nos avituallarnos con naranjas, higos secos y pastelitos de guayaba en el Castillo de Carchuna. Otro lugar que guarda una de esas historias que tanto me fascina, ya que allí se produjo la primera operación de comandos de un ejército regular, cuando una treintena de guerrilleros republicanos, entre cuyas filas había bastantes combatientes de las Brigadas Internacionales, asaltó la prisión liberando a más de 300 presos asturianos:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2009/11/los-hijos-de-la-noche.html


Continuamos caminando por la playa en la que sucedió una maravillosa historia que también he contado en este blog, la de la Escuadrilla España formada por André Malraux:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2012/10/el-final-de-la-escuadrilla-espana.html


https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2015/01/la-palabra-del-aviador.html


Y donde se produjo la muerte de un brigadista holandés Jan Frederikus Stolk, uno de esos personajes que vinieron desde tierras lejanas a luchar por la República Española

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2014/12/el-heroe-desconocido.html


Justo cuando el camino comenzó a empinarse apareció por sorpresa mi primo Antonio. En ese momento nos juntamos 4 primos descendientes de personas que sufrieron La Desbandá: el cuarto Pepe Enguix colabora con la organización de la Marcha y es un histórico que cada año camina todas las etapas. Fue un momento especial porque, a pesar de la dureza de la cuesta que sube hasta las trincheras del frente que se estableció tras el avance franquista y que duraría hasta el final de la guerra (el del Almería fue el último frente en rendirse) las conversaciones sobre la historia de nuestra familia hicieron más leve el esfuerzo.





Para nosotros la Marcha acabó en Castell del Ferro, el pueblo hasta donde llegaron los primeros soldados republicanos que lograron parar el avance. Tampoco me pude resistir a contar hace unos años la historia del Batallón Chapaiev de la XIII Brigada Internacional.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2013/03/el-final-de-la-huida.html


Todas esas historias se mezclan con las de mi familia: mi madre María, que apenas tenía un año y medio en aquellos dramáticos días de febrero de 1937, mis abuelos José Castro y María Álvarez, y dos hermanos de ésta: Pepe y Ángeles. Pero ésa es otra historia que contaré mañana….


NOTA.- Publico esta entrada en el blog el día en el que el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática ha informado de la publicación este miércoles en el Boletín Oficial del Estado (BOE) del inicio del procedimiento de declaración de 'La Desbandá' como lugar de memoria democrática. Hace unos días mientras caminaba junto a mi primo Pepe Enguix, que colabora con la organización de la Marcha, me explicaba cómo los pueblos por los que pasa la ruta y que están gobernados por el PP no permiten que se señalicen con marquesinas que expliquen la historia.


Pepe: ¡Ve preparando esas marquesinas! Vuestro trabajo y esfuerzo para que se conozca el sufrimiento de centenares de miles de personas acabará dando resultados!!!!

26 noviembre, 2023

La batalla del cabo Machichaco


Hace una semana visité el cabo Machichaco, azotado por los fuertes vientos y lluvias de la borrasca Ciarán. En la punta más septentrional del país descubrí una de las historias más maravillosas de la Guerra Civil. En aquellas aguas embravecidas había tenido lugar una batalla naval en la que hubo heroísmo y cobardía por ambos bandos, una de esas historias que tanto me gustan y que no he podido resistirme a explicar en este blog que llevaba tanto tiempo abandonado.


Tenemos que situarnos a principios de marzo de 1937 en un País Vasco dividido. La línea del frente estaba situada a la altura de Ondárroa, quedando buena parte de la provincia de Guipúzcoa en manos de los golpistas, mientras Vizcaya aún permanecía en territorio republicano. Las dudas de los nacionalistas vascos al comienzo de la guerra sobre la posición a tomar quedan reflejadas de forma magnífica por Ramiro Pinilla en Las cenizas del hierro, la tercera parte de su trilogía Verdes valles, colinas rojas, la novela que me acompaña durante este viaje.


El PNV mostró una postura tibia durante los primeros meses. Los nacionalistas navarros y alaveses incluso se posicionaron a favor del bando rebelde. Quizás se vieron obligados por el triunfo del golpe de estado en sus territorios, pero tampoco se puede obviar que compartían con ellos ideas católicas y conservadoras. Tras la aprobación del Estatuto y el nombramiento del lehendakari Aguirre a principios de octubre de 1936, éste creó el Euzko Gudarostea, el ejército vasco al servicio de la República.


El bando nacional tenía superioridad naval y algunos de los buques que permanecían fieles a la República estaban al mando de oficiales que simpatizaban con los sublevados y se encargaron de sabotearlos. Es el caso del destructor José Luis Díez, que aparece en la novela de Pinilla como “Pepe el del puerto”, el nombre que usaban con sorna porque, con la excusa de permanentes averías, siempre estaba atracado. Ante esa situación, Aguirre creó la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi


Para ello, incautó barcos de pesca pertenecientes a la empresa PYSBE (Pesquerías y Secaderos de Bacalao de España), con sede en Pasajes. A esos pesqueros de arrastre les llamaban bous. Sus tripulantes, marinos mercantes y pescadores, estaban acostumbrados a pasar meses faenando en las peligrosas aguas de Terranova y Groenlandia para regresar dos veces al año a los puertos vascos con las bodegas repletas de bacalao salado. Eran hombres que,a pesar de no tener ninguna formación militar, iban a tener sobradas ocasiones de demostrar su valentía. Los barcos fueron armados de forma precaria con dos pequeñas piezas de artillería Vickers de 101 mm a proa y popa. A los marinos que los mandaban les dieron el rango de teniente de navío para que pudieran tener a todos los efectos el estatus de barco de guerra, aunque distaban mucho de poder serlo.


La flotilla de bacaladeros realizó varias misiones exitosas durante sus primeros meses de actividad, especialmente de escolta a barcos mercantes en la ruta de Bayona a Bilbao, pero donde pudieron demostrar su heroicidad fue en la Batalla del Cabo Machichaco.


Al alba del 4 de marzo los bous Gipuzkoa, Bizkaia, Nabara y Donostia zarparon de Portugalete. Su misión era escoltar al mercante Galdames, que llevaba dos meses en Bayona esperando una oportunidad para transportar 173 pasajeros y tres toneladas de monedas acuñadas para el Gobierno Vasco. El destructor José Luis Díez debía zarpar previamente para ayudarles en su misión de protección al convoy.


El mercante Galdames


A las ocho de la noche se encontraron con el Galdames en el lugar concertado, unas millas al nordeste del puerto de Bayona. El Nabara y el Donostia se posicionaron a estribor mientras los otros dos lo hacían a babor. El destructor republicano que debía ayudarles no apareció. En ese momento el tiempo era aún apacible y tenían previsto llegar a su destino al mediodía siguiente, pero se levantó marejadilla de nordeste que rápidamente evolucionó a fuerte marejada. A medianoche la borrasca arreció, evolucionando a mar muy gruesa. El viento de poniente y las intensas lluvias obligaron a la flotilla a ralentizar su avance. Como debían navegar en silencio, con las radios y luces apagadas, se fueron dispersando a lo largo de la madrugada. Con las primeras luces de la mañana el Gipuzkoa y el Bizkaia, que habían mantenido el rumbo previsto, se encontraban a unas 28 millas al nordeste del Cabo Machichaco. En ese momento se dieron cuenta de que habían perdido el contacto con el resto del convoy e iniciaron su búsqueda: el primero continuó navegando por la derrota indicada hacia el oeste, mientras el segundo regresó hacia el este. 


Pasada la una de la tarde y navegando unas 20 millas al norte de la costa vizcaína se abrió un claro entre los chubascos por donde divisaron al crucero Canarias. El navío más potente de los golpistas, repleto de cañones y con más de un millar de tripulantes, había llegado una semana antes al puerto de El Ferrol para arreglar unas pequeñas averías. Una vez arregladas, recibió la orden de peinar el Cantábrico para detener a los mercantes que intentaban aprovisionar a la República. En el momento del encuentro escoltaba al Yorkbrook, un buque de bandera estonia que había interceptado a la altura de Santander unas horas antes.


El crucero Canarias

El capitán del Bizkaia encendió entonces la radio para dar la alarma al resto de los barcos y, como dejó escrito en el parte de campaña, “tocó zafarrancho de combate, ordenando a la máquina forzar al máximo, reforzando la guardia de fogoneros y el resto de la tripulación cada uno en sus puestos, con toda la artillería preparada”.


El Canarias aumentó la velocidad hasta la máxima de 30 nudos acercándose al Gipuzkoa que fue el primero al que había divisado, pero cuando ya lo tenía a distancia de tiro, todos quedaron sorprendidos por la ausencia de disparos -desconocían que en ese momento el crucero enemigo trataba de reglar sus baterías de mayor calibre-.  El bacaladero puso proa hacia el puerto de Bilbao a toda máquina, pero media hora más tarde ya se encontraba al alcance de las baterías de mediano calibre que abrieron fuego.


El Gipuzkoa no se amilanó y respondió con sus dos baterías. Unos minutos más tarde recibió un impacto en el cañón de proa que causó la muerte de dos artilleros y varios heridos. A pesar de su inferioridad no dejó de disparar su pequeño cañón de popa, llegando a alcanzar al enemigo y a ocasionarle incluso una baja. Una salva del Canarias barrió entonces el puente de mando provocando nuevas bajas. Otro impacto hizo estallar una caja de granadas provocando un gran incendio. Pese a la desesperación del momento y cuando la tripulación esperaba ya lo peor, el comandante republicano, Manuel Galdós, herido y con la cara completamente ensangrentada, gobernó el timón de popa y condujo el barco hasta la altura de las baterías costeras de Punta Galea y Punta Lucero, que comenzaron a disparar contra el Canarias, incluso antes de tenerlo a tiro. Goliat no había podido derrotar a David y se vio obligado a retirarse. El Gipuzkoa, incendiado y con serias averías, pudo alcanzar el puerto de Portugalete una hora más tarde. 


El Gipuzkoa incendiado entra en Portugalete. David Cobb

Mientras se producía este enfrentamiento, el Bizkaia había aprovechado la situación para liberar al mercante estonio Yorkbrook y entrar con él en el puerto de Bermeo. El destructor José Luis Díez -el famoso Pepe el del puerto- recibió por radio la orden de auxiliar a sus compañeros, pero con el pretexto del mal tiempo y de una falsa avería, tomó rumbo norte y sus mandos acabaron aprovechando la situación para desertar.


El Bizkaia custodiando al Yorkbrook. David Coob

Sobre las dos de la tarde el Canarias se alejó de la costa navegando hacia el norte y veinte minutos más tarde avistó al resto del convoy, a los que se le habían añadido dos pesqueros de arrastre. El crucero se acercó a 25 nudos al Galdames y le ordenó parar. Éste no obedeció y recibió varios disparos a estribor que causaron la muerte de una mujer, tres niños y varios heridos, logrando así inmovilizar al mercante; momento que aprovecharon los pesqueros para escapar, incluido el Guipuzkoa, el más pequeño de los bous y el que estaba peor armado.


El Nabara estaba al mando de Enrique Moreno Plaza, un murciano de La Unión de 30 años, que decidió enfrentarse en una lucha desigual -no olvidemos que se trataba de un pesquero contra el barco más potente de la flota nacional, que multiplicaba por diez su peso- y comenzó a disparar alcanzando la amura de babor y algunas antenas del Canarias. El comandante de éste, Salvador Moreno, dejó reflejado en el parte de campaña que pasados diez minutos de las dos de la tarde dió orden de batirlo con toda su artillería cuando se encontraba a 7000 metros de distancia.


El Nabara

La metralla produjo en el Nabara la primera baja y, poco después, el puente fue alcanzado por un impacto que mató al timonel y dejó malherido al segundo oficial. Durante más de una hora el bacaladero mantuvo el combate zigzagueando, escondiéndose del fuego enemigo entre las altas olas que provocaba la fuerte marejada del oeste. Su capitán y parte de la tripulación, conscientes de su desesperada situación, habían jurado luchar hasta la muerte y estaban dispuestos a hundirse con su barco antes de entregarse a un enemigo dispuesto a fusilarlos. 


El Nabara alcanzado. David Cobb

Su valentía queda reflejada incluso en el parte de campaña que escribió el comandante del Canarias:“el bacaladero, cubierto por la mar a ratos, se defendía alternando constantemente su rumbo sin temor a que se estrechase con exceso la distancia para obtener mejor partido posible de sus dos cañones bastante bien dirigidos y manejados”.


La sala de máquinas del Nabara fue alcanzada por un disparo, matando a todos los maquinistas que subieron al puente con sus cuerpos ardiendo entre las llamas. El barco estaba sin gobierno a merced del enemigo. El cocinero desesperado por los efectos del alcohol retaba a los marinos del Canarias con un puñal entre los labios. Pasaban de las seis y la oscuridad de la noche avanzaba rápido. Con todo ya perdido, más de una veintena de hombres, cinco de ellos heridos, cortaron las amarras de los dos botes salvavidas y se lanzaron a un mar embravecido.


El Donostia intenta ayudar a sus compañeros de Nabara. David Cobb

El Donostia, ignorando el peligro que suponía la cercana presencia del Canarias, se acercó a recoger a sus compañeros, pero éstos les dijeron que se pusieran a salvo. Mientras el crucero fascista recogía a los primeros náufragos se produjo una enorme explosión en el Nabara que se hundió con rapidez. Su comandante, Enrique Moreno Plaza, el primer oficial, Ambrosio Sarasola y los 31 compañeros que habían muerto en combate se hundieron con su barco. Lo hicieron con la bandera tricolor republicana alzada en el pico de popa y la ikurriña vasca en el bauprés de proa. Moreno llevaba solo tres meses casado y murió sin saber que su viuda estaba embarazada.


Enrique Moreno Plaza


Los supervivientes fueron llevados al Canarias. Estaban empapados. El capitán del crucero les dijo que no temieran, a lo que el tercer oficial del Navara, le respondió que temblaban de frío, pero no de miedo.  Luego fueron encarcelados y juzgados en San Sebastián. A los guipuzcoanos los condenaron a muerte, por estar su provincia bajo dominio nacional, y a los vizcaínos a 30 años de prisión. Tras la caída de Bilbao, fueron juzgados de nuevo y condenados también a la pena capital. 


No obstante la historia les tenía reservado un inesperado giro: el capitán de corbeta Manuel de Calderón, director de tiro del crucero Canarias, fue nombrado asesor naval de Franco. Impresionado por la valentía de los hombres contra los que había luchado, intercedió en varias ocasiones ante el dictador. No paró hasta que éste, harto de las peticiones, les concediera el indulto. Calderón fue personalmente a la cárcel a liberarles el 30 de noviembre de 1938 y, según se cuenta, invitarles a chipirones.


La relación de esos hombres con su salvador se alargó durante décadas. Manuel Calderón les protegió durante los años más duros y peligrosos de la posguerra, les ayudó a conseguir trabajo a pesar de sus antecedentes políticos, facilitó que el segundo oficial, que había perdido toda su documentación en el hundimiento del Nabara, obtuviera el título de piloto primero y de capitán más tarde. Llegó incluso a avalar a uno de los marineros para que le concedieran un préstamo bancario. Cuando murió en 1979 no tenía hijos, pero era padrino de 39 descendientes de los hombres que habían sobrevivido a la batalla del Cabo Machichaco.

Manuel Calderón, segundo oficial del Canarias y Pedro de la Hoz superviviente del Nabara


Nota.- Hay bastante información y artículos sobre estos maravillosos acontecimientos en internet, pero cabe destacar la web http://marinavasca.eu/es/index.php sobre La marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi, donde puede descargarse el libro con el mismo título. Escrito por Juan Pardo San Gil, relata con detalle y documentación precisa la historia de los voluntarios que lucharon en el mar para defender a la República. En la web he encontrado también los partes de campaña del crucero Canarias y del bacaladero Bizkaia, las pinturas de David Cobb y las fotografías que he tomado prestadas para este texto.

27 octubre, 2022

Un año y tres meses

Descubrí a Luis García Montero a mis veinte años. Desde que mis dedos abrieron las páginas del ejemplar del Diario Cómplice que me esperaba en el estante de la librería ha sido el libro de poemas al que he vuelto más veces y con mayor felicidad. Meses más tarde el azar me ofreció la oportunidad de conocerle. 

Siempre le agradeceré a mi primo que me lo presentara. Ernesto tenía, con su hermano Paco, un bar con billares junto a la facultad de letras de Granada. Su interior había servido tanto para guardar folletos y carteles del Partido Comunista en los últimos años de la dictadura, como para charlas animadas por las bebidas sobre la política y la vida a las que habían acabado por asistir varios poetas jóvenes entre los que se encontraba el propio Luis o Javier Egea. A "Quisquete", que era como conocían a Javier, le conocería meses más tarde, una nublada tarde de finales de verano en su casa del Zaidín granadino. Luis me recibió en la suya, en la avenida Cervantes, esa misma tarde de nochebuena.

Recuerdo que jugó con las palabras tarde y buena, cuando se dió cuenta de la fecha que escribió debajo de una cariñosa dedicatoria en aquel libro rojo que dibujaba en su portada una pareja abrazada. La tarde fue más que buena, voló gozosa hablando de poesía. Yo entonces era muy joven y aún soñaba con ser poeta. Luís me habló de sus primeras lecturas con un libro que le había regalado su padre, una antología de los mejores mil poemas de la lengua castellana, una curiosa selección de clásicos y de poetas no tan conocidos. También me contó anécdotas con Rafael Albertí y me recomendó leer una novela: Un invierno en Lisboa que me descubriría a otro autor, Antonio Muñoz Molina, que no ha dejado de acompañarme desde entonces.

En Diario cómplice yo encontré mis sentimientos descritos en las palabras de otra persona, una poesía maravillosa que me hacía disfrutar, aún lo hace, de una nueva sentimentalidad, la etiqueta que le pusieron a aquellos jóvenes poetas que hablaban del amor y de la vida con metáforas e imágenes que demostraban una complicidad tan cercana con el lector, tan diferentes de las palabras rimbombantes y presuntuosas de otros poetas aislados en sus torres de marfil. Los mejores poemas son los que nos susurran nuestros sentimientos como si hubieran sido escritos pensando en nosotros. Desde entonces los versos de Luis han ido acompañando mi vida: después del amor casi juvenil de Diario Cómplice se han ido sucediendo, entre otros magníficos poemarios, la ruptura de Habitaciones separadas, el redescubrimiento de la pasión de Completamente Viernes, la llegada de la madurez de Vista cansada y ahora el dolor, la enfermedad y la muerte de Un año y tres meses.




Un poeta se va dejando la vida a lo largo de las páginas y algunos convertimos sus palabras en parte importante de nuestras vidas.

Si en Diario cómplice la ropa de la amada nos vigilaba como un gato tendido al final de la cama, en su último libro las zapatillas simulan espera con su tranquilidad de buen rebaño y entre ambos versos simplemente ha transcurrido una vida. Han pasado más de tres décadas desde aquella lejana tarde de nochebuena, pero mi admiración incondicional por la poesía de Luis no ha dejado de crecer, como también lo hizo años más tarde por las novelas de Almudena Grandes, la persona que marca Un año y tres meses. 

Siempre he pensado que no hay poemas de amor, los poetas siempre escriben sobre el desamor, el recuerdo de la felicidad perdida aunque solo haya sido de forma momentánea, el dolor de la ausencia. Y la ausencia en este libro es enorme. En esos momentos de soledad absoluta es cuando solo nos queda un arma con la que luchar: la poesía. Ésa fue la respuesta que dió Joan Margarit en una entrevista que le hicieron antes de recibir el Premio Cervantes cuando preguntaron para qué servía la poesía.

Luis usa el arma de los valientes que no tienen miedo a desnudar sus sentimientos para poder seguir sobreviviendo. Él que hizo viajar el amor en los taxis ¡cuántos idiotas con pretensiones lo criticaron por describir así un amor cotidiano, por democratizarlo al alcance de todos! ahora lo refleja en palabras que pueden parecer poco poéticas como radioterapia o hemoglobina. Nos describe la muerte como un animal doméstico que ronda por las habitaciones, el eco de un monólogo despiadado, porque "dialogar con la vida no es sencillo/ si la memoria del amor nos sirve / platos precocinados" . Pese a confesar que la muerte no es un asunto literario, adentrarse en ella es, según imagina, como hacerlo en largo viaje en un avión trasatlántico

Y sin en su Diario cómplice ya nos decía…

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,

de que perder es duro para todos

y el amor me hace falta, como sabes.

Quizás contigo estuve 

tan demasiado cerca de su reino,

que necesito ahora desmentirme,

utilizar los trucos que uno tiene

para poder seguir.


Ahora nos confiesa…

Supongo que este modo de sentirse

definitivamente hundido

es una forma mía de estar enamorado

para empezar de nuevo

una vida distinta

con el amor de siempre.

A Luis García Montero, como a su amada Almudena Grandes, no le faltaran nunca los aliados en las trincheras últimas de sus palabras, que seguiremos usando como armas para combatir los golpes de la vida y celebrar la eternidad del amor, porque más allá de los pésames torpes, no pueden ser de otra manera, "una historia de amor es un viajero / que se sienta en la mesa a hablar de la vida". Y a pesar de todo, ese año y tres meses lo recuerda como los días más felices de su vida.


10 febrero, 2022

La desbandá. Un pequeño homenaje 85 años después

En febrero de 1937 mis abuelos sufrieron la terrible experiencia de lo que se ha conocido como la desbandá. Mi madre entonces aún no tenía dos años y por tanto no podía recordarlo, pero mi abuelo siempre lo tuvo en su memoria. En el interrogatorio que siguió a su detención tras el final de la guerra quedan reflejadas sus palabras. Llevó una partida de ganado a Málaga cuando la ciudad estaba a punto de ser tomada por las tropas fascistas -el hecho queda reflejado en un libro de Arthur Koestler- y al enterarse de la gravedad de la situación decidió regresar a Jayena, el pueblo donde se encontraban su mujer y su hija. El avance enemigo lo impidió y no puedo reencontrarse con ellas hasta varios días más tarde.

Cuando en el 2008 comencé a escribir la novela que llevaba dentro desde hacia mucho tiempo, me puse a ordenar las historias que quería contar: la guerra del tatarabuelo Antonio contra los carlistas, la que años más tarde le llevó a combatir en Cuba, la maravillosa historia de amor de los bisabuelos, la esperanza que supuso la República, la increíbles hazañas de los hermanos Quero en las que se involucró mi abuelo, los años de cárcel que por ese motivo sufrió mi abuela... Y también lo que ellos y centenares de miles de personas sufrieron durante aquellos días de febrero de 1937, que queda reflejado en uno de los capítulos ya escrito, pero no acabado, de esa novela que se eterniza...

Durante un año visité todas las bibliotecas que pude y consulté todos los textos que encontré para intentar ser fiel a los hechos y estar a la altura de los personajes. En 2022 sigo en esa lucha. Ahora que se cumplen 85 años de esos trágicos sucesos y hay gente que aún rinde homenaje a los asesinos, a los que dedican calles y monumentos, quiero rendir un pequeño homenaje a las victimas. Ésta es quizás una de las escenas más dramáticas y mas duras de mi novela. En su recuerdo...


El caos de Vélez volvió a retrasarle antes de continuar con la huida. La carretera serpenteaba a lo largo de la costa. Una sucesión de curvas muy cerradas la adentraba entre las colinas de roca gris y la devolvía junto al mar apenas unos metros más adelante, donde los acantilados descendían de forma brusca hacia la espuma de las olas. A la derecha se abría la inmensidad de las aguas y a la izquierda las laderas eran un enorme secarral donde sólo crecían las pitas y las chumberas. Ya no quedaba rastro de la caña dulce que apaciguó el hambre en las primeras horas, la multitud la devoró como una plaga de langostas. No tuvieron otra cosa que llevarse a la boca y el sabor dulzón, fibroso, les acompañó durante todo el recorrido. Las hojas secas y las fibras mordidas quedaron por el suelo, se convirtieron en la alfombra del hambre que fueron pisando miles de pies. 

Cada cierto tiempo un puente estrechaba el paso, entonces los grupos se hacían más compactos y la pena se apretujaba entre las barandas. Desde allí el mar se divisaba tranquilo, calmado tras varios días de lluvia. La brisa comenzaba a desdibujar los jirones de una fina niebla que había dejado el levante y a lo lejos podían verse las siluetas difusas de los cruceros enemigos que los acompañaban en la huida como una presencia inquietante.

Con el paso de las horas, el avance se hizo más penoso, apareció el cansancio y el camino se fue llenando de enseres que habían perdido ya toda utilidad. Sobre el pavimento quedó un rosario de colchones, sillas, maletas, sartenes, pucheros, bultos de ropa, incluso una gramola silenciada para siempre. Parecían los restos de un naufragio, el tesoro abandonado de los más pobres. Trataron de ponerlo a salvo hasta que se dieron cuenta del peligro que corrían sus vidas. La impedimenta les retrasó el paso hasta que les alcanzaron los rumores: las tropas enemigas, cada vez más cercanas, avanzaban con prisa. Aterrorizados, comenzaron a desprenderse de las pertenencias según una extraña jerarquía, un orden difícil de entender que hizo aparecer los objetos más insospechados.

Con la oscuridad de la noche regresó el miedo. Las familias continuaron caminando y se disgregaron en mitad de una negrura espesa. El silencio duró apenas un instante. El aire se convirtió en un lamento de nombres. 

− ¡Juanito, Carmen, Fali, Ana, Pedro! − las madres llamaban a sus hijos, les ataban para no perderlos, como si se tratase de un cordón umbilical − ¡Venid aquí y no os alejéis! 

Pero fue inevitable, las familias comenzaron a disgregarse y un montón de niños perdidos comenzaron a caminar solos. A los gritos le siguió el llanto, un eco permanente que duró hasta bien entrada la madrugada cuando, hambrientos y exhaustos, la mayor parte de los fugitivos ya no aguantó más y decidió dormir, aunque sólo fuera un rato. La soledad se agrandó en compañía de miles de desconocidos que compartían el mismo miedo y el futuro adquirió una extraña apariencia de zozobra. José decidió levantarse y seguir caminando antes de que llegara la primera claridad del alba. Una luz violeta rompía el horizonte.

El día amaneció limpio de nubes y el calor suave avivó un poco los ánimos, pero, en cuanto el sol comenzó a apretar, los buques giraron de forma inesperada y se enfilaron a toda máquina hacia la multitud que se desparramaba junto a la orilla. Al principio nadie pareció notar el cambio de rumbo, todos tenían la vista puesta en el camino, pero, conforme se fueron acercando y su presencia se hizo más y más grande, creció el nerviosismo.

−Esos barcos me dan miedo −le susurró a su madre una jovencita de apenas unos quince años.

−No te preocupes hija, aquí sólo quedamos viejos, mujeres y niños. Casi todos los soldados ya pasaron.

El presagio no tardó en hacerse realidad, aunque no dispararon el primer obús hasta que estuvieron muy cerca. José vio cómo el fogonazo salió por la boca del cañón. Pasó por encima de los que le precedían, unas décimas antes de que una lluvia de piedras y arena cayera sobre ellos. Los artilleros no habían fallado el tiro, sabían que así iban a provocar más daño. Las rocas quedaron en mitad del asfalto y lo convirtieron en una ratonera. Entonces el tiempo se ralentizó hasta casi detenerse. Las madres corrían despavoridas con sus hijos en brazos. La mayoría abandonó los últimos pertrechos y trató de encontrar refugio detrás de una curva, pero los más viejos, los más débiles quedaron abandonados a la suerte de los obuses que continuaban impactando en la colina. José se alejó del mar que traía la muerte. En sus oídos se mezclaban los lloros de los pequeños, los gritos de los heridos, el estruendo que provocaban los enormes pedruscos al caer. 

El paisaje se convirtió en una deriva de ojos sin mirada, un ir y venir de piernas que buscaban un lugar donde ponerse a salvo. Las embarcaciones estaban ya tan cerca que podía ver las caras de los marineros que se movían por la cubierta y saltaban de alegría cada vez que acertaban un objetivo. Una vieja camioneta quedó aplastada por el alud sin que ninguno de sus ocupantes tuviera tiempo para dispersarse por las zanjas cercanas. Un mulo asustado estalló por los aires convertido en un amasijo de vísceras. Durante varios minutos las explosiones reverberaron en un eco continuo, ensordecedor, que se esparcía entre los barrancos. Era el sonido del infierno. La distancia entre la vida y la muerte dependía de unos segundos, de unos metros; los que elegía el azar para caer con todo su ímpetu. La muerte barrió el aire con un fragor ronco acompañado por la intermitencia de los resplandores. El zumbido de los proyectiles resonaba por todas partes. Las siluetas caían, quedaban tendidas sobre el asfalto. La tierra sacudida granizaba sobre los cuerpos ya inmóviles mientras la angustia estallaba como un caballo desbocado hacia el abismo. Las caras de lo que corrían se emborronaban entre los terrones sin otra escapatoria que buscar refugio lejos de los barcos. Los cañones continuaron tronando durante un tiempo interminable y el fuego graneado no cesó de buscar su presa.

José se transformó un ovillo escondido y fue arrastrándose con la boca pegada al suelo durante un tiempo imposible de contar. Tenía el sabor seco de la tierra en el paladar cuando por fin pudo levantarse.

Los barcos se marcharon dejando un paisaje desolador. La carretera estaba repleta de rocas, de cadáveres destrozados, de personas malheridas. Junto a él encontró un carrito volcado, sólo le quedaba una rueda que seguía girando sin parar. Del interior asomaba la manita de un niño. Luego la rueda por fin se detuvo. Más allá una mujer reía histérica mientras mostraba el cuerpo inmóvil de su hija. Un carabinero se lanzó por el acantilado cuando descubrió a su esposa muerta. Un chiquillo corría como loco, gritaba buscando a su abuelo. Los ruidos habían cesado, pero no regresó el silencio. Lo impedían los gemidos de los que pedían ayuda, las lamentaciones de los que habían perdido a sus familiares. 

El mundo se redujo a un universo muy pequeño de cosas precarias. Todo podía desaparecer en un momento, nada era seguro. Un trozo de pan, un breve instante de calma, un rayo de sol, un trago de agua fresca, se convirtieron en grandes tesoros que bastaban para certificar que la vida continuaba, un lujo fuera del alcance de los que quedaron sobre la calzada. Pero ni siquiera había tiempo para llorar a los caídos. Los que podían andar se levantaron despacio y siguieron avanzando.