30 abril, 2009

Bajo la luz amarillenta

Bajo la luz amarillenta, casi sepia, de la farola se repite atemporal la escena: un grupo de mujeres han sacado sus sillas de enea y conversan sentadas al fresco de la noche sobre temas sencillos, donde se esconde la vida. A un metro de distancia, se reúne un coro de hombres que desgastan también los temas cotidianos. Los abanicos de las mujeres no cesan y las luces breves de los cigarros de los hombres tintinean en la noche, en ese momento en el que el calor por fin comienza a darse por vencido.

Hoy he vuelto a contemplar de nuevo la escena después de muchos años y, sorprendido de su existencia, recuerdo escenas similares de otros estíos lejanos en el sur, cuando las humildes conversaciones llenaban de interés las horas hasta bien entrada la madrugada. Es curioso como el frescor de las noches de verano, despierta las ganas de conversación tranquila después del abotamiento espeso del día y de los pensamientos espesos de silencio.

Hay escenas que vuelven a sorprender después de mucho tiempo. Escenas en otro tiempo cotidianas, que regresan algunos años más tarde y demuestran que el mundo, pese a todo, sigue casi igual, que sólo tú has sido quien ha cambiado. Escenas que de nuevo se vuelven cotidianas y desde su atemporalidad, esa cotidianidad se vuelve irreal, pero pura. Hay escenas que vuelven del pasado como hay palabras que regresan del tiempo y vuelven a unos oídos sordos, que llevaban demasiado tiempo sin escucharlas. Y es en ese momento, en esas sensaciones, cuando el tiempo se detiene, avanzado con la rapidez de segundos durante los últimos años.

Vuelven las escenas, las palabras, los sabores, ese conjunto de sensaciones olvidadas entre los pliegues de la infancia golpeando con toda su insolencia y, de repente, como un relámpago, vuelve el sabor de los grumos de las natillas pegados a la olla de la abuela, la vainilla de los polvos del flan chino mandarín, el jaramillo del afilador de cuchillos, su sonido que asciende y desciende afilando los recuerdos embotados en el color sepia de la farola de verano, donde las mujeres siguen invirtiendo largas horas de charlas mientras los hombres apuran la penúltima calada de la noche.

Málaga, 6 de Julio de 1.999

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