08 febrero, 2010

Triste domingo de carnaval

El 8 de febrero de 1.937, hoy hace 73 años, las tropas franquistas entraban en Málaga. Si quieres conocer más sobre cómo aconteció y sus trágicas consecuencias, puedes leer el siguiente artículo.


El domingo 7 de febrero de 1.937 era domingo de carnaval, pero en la ciudad de Málaga el pan de había acabado días atrás. Las largas colas para conseguir comida habían desaparecido, porque ya no quedaban apenas alimentos. Los tranvías no funcionaban. Las tiendas permanecían cerradas y la mayoría de sus escaparates estaban rotos. Hasta el pescado que ofrecía su litoral, que había sido la base de la dieta de las semanas anteriores, había desaparecido de los mercados. El último avión republicano que defendió la ciudad había caído en combate y la flota que debía defenderla estaba amarrada en el puerto de Cartagena. Los frentes se habían desmoronado y las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad, que estaba a merced del enemigo por tierra, mar y aire. Los milicianos que volvían del frente se topaban con el desconcierto y el abandono. Las autoridades militares estaban abandonando Málaga sin planificar una retirada y sin ni siquiera comunicarla. Esa tarde se quedó sin electricidad y las conexiones telefónicas hacía días que apenas funcionaban. En sus calles su población casi se había doblado con las familias llegadas desde toda la provincia e su huída de las tropas nacionales.

Arthur Koestler, un periodista húngaro que había llegado diez días antes, reflejó en su diario la impresión que le causó Málaga: “una ciudad después de un terremoto. Oscuridad, calles enteras en ruinas; las aceras desiertas llenas de obuses y un cierto olor que ya había percibido en Madrid: una fina nube de polvo suspendido en el aire, mezclado con -¿lo estaré imaginando?- un olor acre de carne humana?”

¿Qué había pasado para que se llegara a esta situación? El pueblo malagueño, que había conseguido aplastar el golpe de estado del 18 de Julio, consideró que estaba capacitado para gobernar la ciudad sin ayuda de ningún gobierno y la anarquía y las disputas entre las diferentes organizaciones, especialmente anarquistas y comunistas, hicieron que el gobierno republicano de Largo Caballero -más preocupado por mantener la defensa de Madrid- no oyera las desesperadas peticiones de ayuda. Además la provincia de Málaga, representaba una línea de frente demasiado grande, cercada por el enemigo que ofrecía una única salida: la cartera que bordeaba la costa hasta Almería. Una vía destrozada por las lluvias y con algún puente destruido.

Para Franco, la ciudad era un objetivo secundario, pero, tras los fracasos en la conquista de Madrid, necesitaba una victoria que fuera fácil de conseguir para ofrecérsela en bandeja a las tropas italianas, que habían ido desembarcando en la guerra desde un mes antes. Por ello, el 10 de enero aceptó por fin las peticiones que veía realizando Queipo de Llano, jefe del Ejército del Sur para conquistar Málaga “la roja”.

Los combates se iniciaron por el frente occidental y la primera fase acabó con la caída de Marbella el 16 de Enero. Precisamente el día en que el coronel Villalba, el nuevo comandante militar y el enésimo en esos meses, se hacía cargo de la defensa republicana. El mal tiempo obligó a parar las operaciones militares, dando una pequeña tregua, que fue aprovechada por Franco para colocar a las tropas italianas, totalmente frescas, en el frente oriental, desde donde lanzó el segundo avance fascista que acabó con la conquista de Alhama el 22 de Enero. Una nueva tempestad detuvo la ofensiva durante unos días, pero la suerte de las operaciones ya estaba echada.

El 4 de febrero comenzó la ofensiva final desde todos los frentes. Las tropas italianas, que debían vencer la orografía de varios puertos en el frente oriental, avanzaron más deprisa que las tropas nacionales que venían desde Marbella por la desprotegida línea de la costa. Estaban poniendo en práctica el concepto de guerra “célere”, llevada a cabo por tropas motorizadas con el apoyo de blindados, aviones y artillería del Corpe Truppe Volontarie CTV. Siglas a las que el gracejo popular le otorgó un significado muy diferente: “¿Cuándo te vas’”. 

En ese momento se creó una disputa entre italianos y españoles por ser los primeros en entrar en la ciudad conquistada. Queipo, que no estaba dispuesto a perder esa carrera, dejando que unos extranjeros se llevaran el mérito del asalto, envió continuos telegramas exigiendo el avance de sus tropas ”españolas” desde Marbella. El general Roatta, que estaba al mando de las tropas italianas, le mandó a su vez un telegrama a Franco ofreciéndole la conquista y atribuyéndose el mérito de la misma.

Y en esta situación llegamos al domingo de carnaval. La mañana amaneció radiante. Era uno de esos días en los que Málaga se viste de primavera en pleno invierno. En el ambiente flotaba esa extraña calma que anticipa la desgracia. A primera hora aparecieron nueve aviones en el cielo, pero en lugar de lanzar bombas, inundaron la ciudad de octavillas con el último mensaje de Queipo. El general llevaba semanas lanzando sus discursos apocalípticos a través de radio Sevilla. Cada noche los malagueños podían oírle a escondidas, dado que estaba prohibido. Los papeles que llovían del cielo traían su última misiva “Vuestra suerte está echada y habéis perdido. Un círculo de hierro os ahogará en breves horas porque si por tierra y aire somos los más fuertes, la Escuadra legal a la dignidad de la Patria os quitará toda esperanza de huir”. Fue en ese momento, cuando entre el pueblo malagueño se extendieron las historias de represión salvaje que habían realizado las tropas moras de Franco en los pueblos vecinos y, con el enemigo a punto de cortar la única salida que quedaba por la carretera hacia Almería, el pánico se adueñó de todos los habitantes y defensores de Málaga, que emprendieron la “desbandá” a lo largo de esa carretera.

Al alba del 8 de febrero las tropas nacionales entraban en la ciudad cuando escapaban los últimos refugiados. Se calcula que más de cien mil personas, en su mayoría mujeres, ancianos y niños, se abocaron a una huida desesperada caminando más de doscientos kilómetros. Al menos unos cinco mil murieron en aquella maldita carretera, ametrallados por los aviones italianos y alemanes y bombardeados desde el mar por la flota fascista. Sólo en la primera semana, las tropas nacionales fusilaron a tres mil quinientas personas. Y aunque haya historiadores que traten de discutir esos cálculos, hay algo indiscutible: hace hoy setenta y tres años comenzó una de las mayores atrocidades del franquismo.

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