27 septiembre, 2012

La intolerancia comienza con un gesto muy pequeño


Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus
 inicios los grandes movimientos que determinan su época.
El mundo de ayer. Stefan Zweig.

Tiempo atrás escribí en este blog una entrada sobre Stefan Zweig, un magnífico escritor austriaco de origen judío que, en su libro de memorias El mundo de ayer, retrata la Europa de entreguerras y el ascenso del nazismo con una mirada aguda, inteligente y llena de  sensibilidad hacia lo que estaba sucediendo, lo que muchos no quisieron ver.


La cita de Zweig que encabeza esta entrada de hoy me parece perturbadora. Los libros de historia tratan de analizar las causas que originan los grandes cambios sociales y políticos con muchos años de ventaja, con la perspectiva que ofrece el paso de las décadas, pero a menudo esas transformaciones pasan borrosas por el presente de las personas que las viven y que apenas llegan a darse cuenta al principio de lo que está ocurriendo.

Zweig, un hombre culto, agnóstico, tranquilo, de ideas ilustradas, un escritor de éxito se convirtió una de los millones de víctimas de la intolerancia nacionalista que arrasó el continente, pero además se convirtió en un testigo inmejorable para describirnos el inicio y auge de aquella locura, que comenzó a manifestarse, de forma imperceptible, a través de gestos muy pequeños. El primero de ellos se produjo cuando uno de sus amigos fingió no verlo cuando caminaba por la calle para evitarle el saludo a un judío. A partir de entonces, Stefan comienza a darse cuenta de que cada vez recibe menos visitas en su casa.

Leer El mundo de ayer, un libro escrito entre 1.939 y 1.941 puede parecer algo antiguo, lejano en el tiempo, perteneciente a una época muy distinta que no va a repetirse nunca más, pero en algunos de sus párrafos podemos encontrar situaciones que no resultan tan desconocidas en pleno siglo XXI.

En octubre de 1.929 se produjo el jueves negro, el día que la bolsa de Nueva York se hundió y arrastró en su hundimiento la economía mundial. Durante los años siguientes, la crisis asoló también Europa. Alemania, tras el brillo intelectual y científico que trajo la República de Weimar, vio como su economía comenzó a tambalearse. Y como sucede en muchos casos, se buscó un enemigo exterior al que arrojarles todas las culpas. Razones no faltaron, tras la Primera Guerra Mundial, los aliados impusieron duras condiciones económicas a los alemanes derrotados, condiciones que, cuando llegó la crisis, lastraron el crecimiento económico del país. Algo que, por otra parte, estaba sucediendo en todos los estados.

Zweig nos describe de esta forma la situación: “Tengo la impresión de que a un economista que quisiera describir plásticamente todas esas fases, no le costaría mucho superar el suspense y el interés de cualquier novela, pues el caos adquiriría formas cada vez más fantásticas.” La crisis se prolongó y asfixió las economías “No había medida ni valor en aquel desbarajuste de un dinero que se fundía y evaporaba.”

Pese a todo ello, las personas intentaron seguir con sus costumbres cotidianas: “La voluntad de seguir viviendo resultó más fuerte que la inestabilidad del dinero. En medio del caos financiero la vida diaria seguía su curso casi inalterado.”

Pero la ola llegó y, cuando lo hizo, arrastró todo a su paso: “Entonces la furiosa oleada de descontento lo elevó en seguida hasta lo más alto, la inflación, el paro, la crisis política y, no en menor medida, la estupidez extranjera habían soliviantado al pueblo […] pero todavía no nos habíamos dado cuenta del peligro”

El peligro ya estaba en la calles que se llenaron de camisas pardas. Las juventudes hitlerianas tomaron las ciudades y exhibieron su fuerza tanto como pudieron. Nacieron entonces los actos de masas, un nuevo invento, la megafonía estruendosa que impuso los gritos a la razón. Las noches se llenaron de marchas con antorchas y en las avenidas y los estadios multitudes enfebrecidas gritaba consignas. Zweig nos relata los hechos: “Organizaban reuniones y desfiles, se exhibían por las calles cantando y vociferando, pegaban enormes carteles en las paredes”.


Pero, a pesar de todo, no cundió la alarma porque aquellos hombres que utilizaban el nacionalismo más extremo para alentar a las masas intentaban no rebelar toda la ideología criminal que encerraban: “Puesto que trato de ser tan sincero como puedo, tengo que confesar que nadie creía una centésima, ni una milésima parte de lo que sobrevendría al cabo de pocas semanas […] Porque el nacionalsocialismo, con su técnica de engaño sin escrúpulos, se guardaba muy mucho de mostrar el radicalismo total de sus objetivos antes de haber curtido al mundo. De modo que utilizaban sus métodos con precaución; cada vez igual: una dosis y, luego, una pequeña pausa.”

Manejaron el arte de la propaganda con eficacia. Después de repetir mil veces una mentira el pueblo la convirtió en verdad. Los medios de comunicación se plegaron a sus intereses: “Los grandes periódicos democráticos en vez de prevenir a sus lectores, les tranquilizaban todos los días”
Y así, lo que empezó siendo una minoría, una turba de locos, comenzó a inflamar muchos corazones: “Empezaron a reclutar a gente y amenazaron diciendo que quienes no se adhirieran a tiempo a su movimiento, luego lo pagaría caro.”

Al otro lado, los partidos políticos que podían hacerles frente quedaron barridos por las ideas nuevas que iban a traer un nuevo mundo. Fueron tibios en su respuesta y los acontecimientos les desbordaron en vamos intentos por hacer concesiones que presuntamente evitarían males mayores: “Y así, a los socialdemócratas les pareció mejor sacrificar buena parte de sus derechos con tal de llegar a un compromiso aceptable”

Luego ya fue demasiado tarde y las masas encolerizadas entronaron a Hitler entre una alegría desbordada. “Sabía engañar tan bien a fuerza de hacer promesas a todo el mundo, que el día en que llegó al poder la alegría se apoderó de los bandos más dispares”.





Y todos los que no los apoyaban se convirtieron en enemigos, en víctimas del fuego cruzado de las ideas: “De entre todas aquellas personas, los más dignos de lástima para mi eran los que no tenían patria o, peor aún, las que, en lugar de una patria, tenían dos o tres y no sabían a cual pertenecían.”

Zweig puso como ejemplo de ello a los alsacianos: “Hubo intentos de atraerlos a la derecha y a la izquierda, de obligarles a manifestarse a favor de Alemania o de Francia, pero ellos abominaban una disyuntiva que les resultaba imposible. Quería, como todos nosotros, una Alemania y una Francia hermanadas, avenencia en vez de hostilidad, y  por eso sufrían por los dos y para los dos. Y en torno a ellos estaba todavía un desconcertado grupo de gente mezclada, con medios vínculos.

Y entonces ya nadie pudo hacer nada por evitar el desastre: “Se respiraba en el aire el advenimiento de una decisión final y yo, que participaba de la tensión general, recordaba sin querer las palabras de Shakespeare “Un cielo tan cargado no se despeja sin una tormenta”.

A menudo olvidamos que los aliados europeos, con las muy democráticas Gran Bretaña y Francia al frente, hicieron oídos sordos a las reclamaciones alemanas sobre las desfavorables condiciones que les impusieron, veinte años antes, a través del Tratado de Versalles y que Hitler y el nacionalsocialismo llegaron al poder a través de unas elecciones libres. Usaron las reglas de la democracia para alcanzar el poder, desde donde comenzaron una locura que costó casi setenta millones de muertos.

Nota.- Todas las frases entrecomilladas de este texto han sido extraídas literalmente de Un mundo de ayer, que Stefan Zweig subtituló Memorias de un europeo. Dedicó los dos últimos años de su vida a escribirlo. El 22 febrero de 1.942, cuando los nazis dominaban casi toda Europa y estaban en la cima de su poder, el escritor austríaco, harto de huir y de tanto sufrimiento, se suicidó en la ciudad brasileña de Petrópolis. Quiero pensar que esas palabras sólo forman parte de un mundo de ayer y que en nuestro futuro no volverán a repetirse acontecimientos como esos, pero miro, oigo y leo las noticias  del presente con preocupación. Pese a todo, me niego a perder la esperanza que la cordura, la voluntad de diálogo, la capacidad de escuchar y entender al otro y el respeto a la convivencia se acaben imponiendo.


25 septiembre, 2012

Corazones tenebrosos


Berdichev es una ciudad ucraniana que, a lo largo de la historia, ha formado parte de diferentes países, uno de esos territorios de frontera que cambian la grafía de sus pueblos, la lengua que hablan sus habitantes y, a pesar de una historia babélica, alumbran a escritores magníficos. Allí vino al mundo Vassili Grosman un judío que escribió en ruso una de las mejores novelas del siglo pasado: Vida y destino, de la que he hablado varias veces en este blog.


También nació un polaco que no aprendió inglés hasta los veinte años y hoy está considerado como uno de los mejores novelistas en esa lengua: Josef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad.

Su novela El corazón de las tinieblas es un viaje al interior de la selva, al interior más oscuro de del corazón humano. Relata una travesía por el río Congo en busca de un personaje enigmático: Kurtz, una presencia rodeada de misterio, de angustia, que representa lo peor del colonialismo. Conrad sabía de lo que hablaba. Había trabajado en barcos mercantes de la marina británica durante muchos años, antes de retirarse para escribir unos libros que dibujaban sus experiencias y exorcizaban sus fantasmas. 




Ya desde la escena inicial, nos atrapa con el uso del lenguaje, limpio, cuidado, como el motor que nos va a conducir por toda la novela:

"El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea. El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo."

Al comienzo del viaje, con el tono de confidencia que otorga un paisaje en penumbras, aparece el personaje que nos va a contar la historia: Marlow, del que primero nos cuenta que “era un hombre de mar, pero también un vagabundo” y, con sólo girar una página, nos aclara que “no era el típico hombre de mar (si se exceptúa su propensión a contar historias) y, para él, el significado de un episodio no estaba dentro, en la médula, sino fuera, envolviendo la anécdota que le daba la luz de la misma manera que el resplandor ilumina la bruma, a semejanza de esos halos de niebla que algunas veces vuelve visibles la luz espectral de la luna”. Yo no podría encontrar mejor definición para una voz narradora que nos maravilla no sólo por lo que nos cuenta y por la forma en la que lo hace, sino también por lo que calla, lo que insinúa como mecanismo continuo para generar misterio. Va utilizando sucesivos resplandores para iluminarnos a medias a Kurtz que, mientras el barco asciende por el río en su búsqueda, permanece entre halos de niebla.

De hecho no hay un único narrador, sino dos, que rápidamente se confunden en uno solo. La primera persona del plural, ese “nosotros” que nos presenta a Marlow y le cede la voz para que nos cuente la historia con el estilo fluido de una narración oral de marineros. A partir de ahí, transcurre en una primera persona del singular que se aproxima no sólo a los hechos que nos está contando y que, según nos dice en el tono de la confesión, vivió como testigo en el pasado, sino también al lector que ya forma parte de ese nosotros como si fuera uno más de los que desciende por el estuario del Támesis en la cubierta de la Nellie.

El corazón de las tinieblas es ante todo una crítica al colonialismo, a la ambición desmedida de los hombres como camino hacia el mal, a la alienación en mitad del caos. En la primera entrevista que tiene Marlow con el director de una factoría donde se almacena el marfil éste le confiesa: “Los hombres que vienen aquí no deberían tener entrañas”. El trato del hombre blanco, “los peregrinos” hacia los nativos se describe de forma dantesca. Marlow descubre entre las sombras el lugar donde los nativos explotados hasta el borde de la muerte decidían afrontarla “Unas sombras negras estaban acurrucadas, tumbadas, sentadas en los árboles, apoyadas contras los troncos, adheridas a la tierra, visibles a medias, a medias borrosas bajo la pálida luz, en todas las actitudes posibles de dolor, abandono y desesperación”

El poder de sugestión en las descripciones que hace Conrad en la novela es tan abrumador como la propia jungla. “La corriente era fluida y veloz, pero una muda inmovilidad poblaba las riberas. Los árboles vivientes, entrelazados por plantas trepadoras y todos aquellos arbustos de la maleza parecían haberse petrificado hasta en la rama más delgada, hasta en la hoja más liviana. No dormían; aquello parecía sobrenatural, como si estuviéramos en estado de trance. No se oía ni el más leve sonido. Uno miraba asombrado y parecía haberse vuelto sordo… Entonces, repentinamente, cayó la noche, y me quedé también ciego.”

Toda la acción, las descripciones de los paisajes y de los personajes conduce hacia el misterio “Observar una costa que se va deslizando  junto al barco es como pensar en un enigma”, hacia una realidad distorsionada que nos interna en las tinieblas de la locura donde se perdió para siempre el enigmático Kurtz.

La novela continúa viva. Francis Ford Coppola se basó en ella para construir una película magnífica: Apocalipsis Now, que transcurre en otro tiempo y en otro lugar, la guerra del Vietnam, pero donde se vive el mismo viaje hacia la locura, hacia el corazón de las tinieblas. Es un espejo donde los aprendices de escritor pueden aprender mucho sobre la importancia del uso del lenguaje y la voz narradora para atrapar al lector.