28 diciembre, 2012

La cobardía del coronel Villalba (y 2)


Hace ahora tres años publiqué en este blog un artículo titulado La cobardía del coronel Villalba. Ha sido, con gran diferencia, el que más comentarios ha generado. Algunos, de ideología fascista, lo han defendido como un valiente que defendió la causa nacional desde el enemigo, otros, en cambio, tratan de argumentar que siempre defendió la República y se comportó como un buen militar. Salvo un comentario fanatizado, que demostraba una total falta de respeto por los derechos humanos de los miles de civiles que murieron en la desbandada de Málaga, no he censurado ninguno. Tres años más tarde, quiero matizar algunos puntos y ratificarme en la mayoría. Para ello, me referiré a bastantes testimonios de algunos testigos de los hechos que, conociéndolos, no detallé en el artículo anterior. No soy historiador. Tampoco lo pretendo. Quizás en el futuro aparezcan documentos que aporten más luz a los hechos y nos den una visión diferente, pero hoy sigo ratificando que la conducta del coronel Villalba me parece cobarde y vergonzosa.

El 14 de enero de 1.937 el General Martínez Monje fue a Málaga por orden del Presidente del Gobierno, Largo Caballero que le había obligado a ir para conocer la situación real del frente que rodeaba la ciudad. Expuso lo que vio: "Este Sector, en las horas que llevo, presenta una ausencia total de mando y de energía en quien lo ejerce, por lo que considero urgentísimo el relevo de Coronel Hernández Arteaga, proponiendo para sustituirle a Villalba, Arana y Verdú por el orden que indico. La falta de moral se advierte hasta en los mandos subordinados, pero creo se corregirá con un Jefe Sector adecuado con carácter y energía que obligue al cumplimiento del deber”.

Lo cierto es que Villalba no era el hombre adecuado para esa misión y, como señalan algunos libros, palideció cuando fue nombrado para el cargo y confesó “que no se consideraba con capacidad suficiente para asumir el mando”. Al parecer le habían ofrecido al general Kleber dirigir la defensa de Málaga, pero éste contestó: “no quiero ser el general de la derrota”.

Villalba llegó a Málaga el 16 de enero. Ese día la situación se complicó con la pérdida de Marbella. Martinez Monje se marchó inmediatamente y su estampida fue considerada como una deserción. Por ello, fue cesado del mando del Ejército del Sur, que se le encargó a Villalba. Un temporal de lluvias detuvo las operaciones militares y durante ese tiempo llegaron pocos refuerzos: un batallón de la 20ª Brigada Mixta y otro de Infantería de Marina. Pero lo cierto es que los medios con los que contaba para defender la ciudad eran escasos: unos días más tarde cayó abatido el último Polikarpov con lo que no había ningún avión que defendiera el aire y la anunciada presencia de la armada republicana nunca se produjo. Sólo un héroe hubiera podido defender con un esfuerzo sobrehumano lo indefendible y estaba claro que Villalba no lo era. El General Rojo, en cambio, tuvo una actuación muy diferente en la defensa de Madrid.

Si bien Villalba no fue el máximo responsable de la caída de Málaga si lo fue, con su comportamiento vergonzoso, de las pérdidas civiles que se produjeron entre la multitud que huía en desbandada.

El 5 de febrero, ante la pregunta del general Martinez Cabrera, Villalba confesó que desconocía la situación de la línea del frente porque había perdido el contacto con sus tropas. Según recogen algunos libros, era incapaz de inspirar a sus hombres el valor necesario y además su temperamento de oficial clásico inspiraba poca confianza entre la población civil. Uno de los testigos de los hechos que acontecían en la ciudad, Edward Norton lo describe así: “el recién llegado coronel Villalba era un desastre y estaba muerto de miedo”. Esa misma tarde a las 16:30 convocó una reunión con el asesor soviético Kremen y varios dirigentes políticos, entre los que se encontraban el anarquista Margalef y el comunista Bolívar y tomó la decisión de trasladar a Nerja la Jefatura del sector, según confesó el propio Bolívar en la investigación que se abrió semanas más tarde para tratar de esclarecer los hechos. Desde allí intentarían comunicarse con el Ministerio de Guerra.

A continuación se marchó a toda prisa. El momento de su huida esta descrito por Arthur Koestler que describe el diálogo que mantuvo con él en ese instante:

 “- ¿Qué quiere? –me pregunta con tono nervioso-. No ve que tengo prisa. Puedo darle la siguiente declaración. La situación es difícil, pero Málaga se defenderá.”
“- ¿A dónde va? -pregunto. Pero ya ha salido.
“Me acerco rápidamente a una ventana y miro hacia abajo. Villalba y sus oficiales suben a un automóvil. Todos parecen algo avergonzados. El automóvil sale del patio.
“- ¿A dónde se fue? –pregunto a un oficial que conozco.
“-Ha desertado” –dice el oficial tranquilamente.

Villalba no comunicó a nadie la salida, ni el lugar a que se dirigían, ni el objetivo o finalidad de su marcha. Ni siquiera al Gobernador Civil, a la Base Naval, ni a la propia Comandancia Militar. Dos horas más tarde, ordenó por teléfono, ya desde Nerja, al Jefe de su Estado Mayor, que ignorante de todo había quedado en la capital, la retirada de todas las tropas sobre Vélez Málaga, enviando por delante las municiones. En ese momento, el responsable de la base naval, que si permanece en su puesto, le comunicó al Ministro de Guerra Asensio que, pese a la huida las tropas, el enemigo no ha entrado aún en la ciudad.

Unas horas más tarde, Villalba volvió a reunirse en Vélez con Bolívar y otros dirigentes. Elisabeta Parshina, que estuvo presente en la reunión, lo describe: “Encontramos a Villalba sentado cabizbajo, en una banqueta de madera. Era relativamente joven, sus ojos negros y sombríos no parecían cansados sino desesperados”

La propia Parshina lo encontró más adelante en plena huida: “Era difícil avanzar en esta muchedumbre y el coche apenas se movía. Cerca del mediodía vimos en el arcén a Villalba y a sus dos ayudantes. Estaba de pie contemplando sombrío a la muchedumbre. Al lado, su chófer hurgaba desesperadamente en el motor del lujoso coche del Estado Mayor. El coche empezó a maniobrar intentando llegar hasta el oficial, pero el camino quedó cortado por un destacamento de caballería. Los soldados caminaban llevando de las riendas a sus caballos cargados de niños. Por fin llegamos hasta el coronel. Arthur le ofreció un sitio en el coche. Por primera vez en todos estos días, en la cara de Villalba se dibujó algo parecido a una sonrisa”

Cuando Villalba se puso en contacto con el gobierno en Valencia, Largo Caballero le ordenó que regresara a la ciudad y la defendiera “a toda tenacidad y todo trance”. El coronel le respondió que era una locura porque los nacionales ya habían entrado en la ciudad. Cuando le confirmaron que aún quedaban soldados en la base naval que decían lo contrario, se negaba a creerlo. La conversación que mantuvo con Asensio fue la siguiente:

V -Oye, Pepe, he recibido orden del ministro para que vuelva a Málaga y...
A -Tú no has debido salir de Málaga.
V -En Málaga han entrado los fascistas y el que diga otra cosa miente. Yo no he abandonado Málaga.
A - Mira. Tú no has debido salir vivo de Málaga, sino que debiste quedarte allí como te ordenó el ministro.
V -Tú no sabes lo que pasa en Málaga. ¿Qué yo vuelva a Málaga? Ja, ja , ja. ¿Quieres que me entregue a Franco?
A -Lo que tienes que hacer es volver a Málaga, de donde no has debido salir.
V -¡Claro, y que me coja Queipo! ¡Si eso es lo que queréis!
A -Tu has recibido orden de volver a Málaga y debes volver con la tropa .
V -¿Con qué tropa? Si ya no tengo t ropa, son peleles. Y te advierto una cosa que no ya Málaga, sino Motril se perderá como no acudáis a tiempo. Pero, mira ¿cómo voy a volver a Málaga, si en Málaga están ya los fascistas?
A -En Málaga no están los fascistas.
V -Pero hombre, ¿cómo me vas a decir a mí que no están?
A -En Málaga no están los fascistas. Estamos en comunicación con el jefe de la base naval.
V -¿Quién es ese?
A -Hay también cinco marineros de " Ártabro", a uno de los cuales conozco yo y es persona de toda mi confianza. Además, el parte de guerra faccioso dice que están a tres kilómetros de Málaga. Te repito, vuelve a Málaga de donde no has debido salir vivo.
V -Eso es decirme que me entregue a Franco. Desde ahí se dicen muy bien las cosas. Intentaré entrar en Málaga; allí vuelvo. Pero conste que esto es una nueva faena que me hacéis.
A -En el Ejército no se hacen faenas, se dan órdenes.

Villalba, que consideraba una locura imposible su vuelta, desobedeció las órdenes y continuó hacia Motril. Pasada la medianoche tuvo desde allí una conferencia con Sanmartín, el jefe de la Base Naval de Málaga:

J. B. N. - Oiga mi coronel, ¿cuál es su decisión sobre Málaga?
Villalba. - ¿Qué hace usted en Málaga? ¿Dónde está?
J. B. N. - Yo estoy en las Oficinas de Italcable, en comunicación con el Estado Mayor de la Armada .
Villalba. - Pero si están los fascistas en Málaga, ¿cómo va a estar usted ahí?
J. B. N. - Pues estoy en Málaga. Los fascistas no están en Málaga.
Villalba. - ¡Usted qué va a estar en Málaga! ¿Quién está con usted junto al aparato?
J. B. N. - Un ordenanza de aquí. Estoy en Málaga, en Italcable. ¿Ha recibido usted mis dos telegramas?
Villalba. - Pero, mire, si los fascistas estaban a las nueve y media de la mañana, ya en La Caleta y habían empezado a detener a gente, ¿cómo me va usted a mí a convencer de que está en Málaga?
J. B. N. - Pues yo estoy en Málaga. Está también un capitán de milicias y cinco marineros del " Ártabro". Además, me acabo de enterar de que en Alhaurín queda resistiendo un grupo de unos 300. Vuelva usted a Málaga.
Villalba. - Todo eso es muy posible, como también puede serlo que usted continúe en Málaga, pero vamos a ver, ¿por qué no salió usted de ahí cuando se dio la orden de evacuación? ¿Es que no la recibió?
J. B. N. - Sí, la recibí.
Villalba. - ¿Por qué no evacuó?
J. B. N. - Porque no soy aficionado. Bueno, mi coronel, ¿qué va usted a hacer?
Villalba. - Yo voy ahora para Málaga, otra vez a Málaga.
J. B. N. - Venga usted pronto, mi coronel. Aquí le espero. Salud.

A la una llamó a Villalba el jefe que mandaba la columna que operaba en Vélez Málaga. Era un teniente coronel y se apellidaba Braquey:

Braquey. - Oiga usted, mi coronel, esto está muy mal.
Villalba. - ¿Pues qué pasa?
Braquey. - Nada, la tropa está muerta de miedo. Está muy desmoralizada viendo lo que pasa.
Villalba. - Manténgase ahí a toda costa que yo voy para allá.
Braquey. - No, aquí no puede ser, ya tenemos enfrente ocho o diez camiones y no puedo sujetar a la tropa. El ataque de esta mañana lo he aguantado, pero el que me van a dar en cuanto amanezca no lo resisto.
Villalba. - Bueno, si tan mal está, repliéguese sobre Torrox y espere.
Braquey. - Bien, pero desde luego, lo que no puedo hacer aquí tampoco voy a poderlo hacer en Torrox. No he visto nunca desmoralización mayor. La tropa está viendo desde esta mañana el paso de los de Málaga y no está tranquila.

Villalba continuó huyendo. Queipo de Llano en su charla radiofónica el día de la caída de Málaga dijo esto de él: “iAy Villalba, qué poco ha faltado para que caigas en nuestras manos! Es trágico tu destino. Pocos días antes del movimiento, Villalba estuvo con el general De Benito, indignado con los marxistas y diciendo que si estallaba pronto el movimiento él se echaba a la calle porque no podía aguantarlos más. De Benito le suplicó que tuviera paciencia, que pronto llegaría ese momento. ¿Qué pasó después? Pues por lo visto, como en Barcelona, se retrasó un poco la sublevación, se las dio de vivo y se hizo rojo por miedo. Fracasó en Cataluña al mando de las columnas que enviaron contra Huesca y después, para desquitarse quizás, lo mandan para Málaga. Hay quien dice que Villalba no es rojo y que está dispuesto a fracasar por propia voluntad. ¿Por qué no ha fortificado Málaga? Y que no ha querido resistir para congraciarse con nosotros. No; nosotros no aceptaremos a traidores y criminales como tú a nuestro lado. Sufre tu destino y huye de España, quizás tengas que ganarte el pan cargando bulto s en algún puerto, si no haces como tu compa ñero Miaja que se lleva todo lo que puede . Sigue tu destino y que el peso de tu conciencia te abrume muchos años.”

Villalba era jefe de la 2ª media Brigada de la I Brigada de Montaña de la guarnición de Babastro. Su carácter derechista se llevó a afiliarse a la UME y era un firme puntal para el alzamiento del 18 de julio. En esa fecha, dependía de la V División, con sede en Gerona. Su postura a favor del Frente Popular, sorprendió a todos pues estaba conectado con Zaragoza, para poner en marcha el mecanismo de la rebelión, habiendo asistido a primeros de julio, a una entrevista de Cabanellas, el General De Benito y el Coronel García Conde. Aunque en un primer momento se mantuvo dubitativo, su falta de apoyo a la causa rebelde, dejó desguarnecido el flanco que había de contener -de acuerdo a los planes de Mola- a las fuerzas catalanas y dejó en grave situación a Zaragoza, Huesca y Teruel. El Coronel VillaIba, iba después a mandar columnas anarco-sindicalistas que en contacto con Durruti, intentaron el asalto a Zaragoza y Huesca. La disidencia con los anarquistas le hizo pedir su traslado y tras una breve estancia en Cataluña, fue destinado al Sur.

Después de la guerra, se exilió en Francia hasta julio de 1.949, cuando regresó a España y se presentó voluntario en la Secretaría de Justicia de la Capitanía de Madrid. El fiscal estimó en primera instancia que durante la guerra había cometido el delito de rebelión. En su defensa Villalba argumentó que nunca había compartido las ideas de los republicanos y que había facilitado la caída de Málaga. Aunque fue condenado a 12 años, fue indultado por Franco. 

14 diciembre, 2012

Salvoconducto para la esperanza

Hay mensajes que perviven ocultos durante mucho tiempo y aparecen, de improviso, en el lugar más insospechado, palabras descubiertas por el azar que revelan en un segundo un sentimiento escondido a lo largo de décadas. Hay historias de personas anónimas, humildes, que duermen en el cajón del olvido a la espera de merecer la luz.

Hace cuatro años, cuando decidí escribir una novela con las narraciones maravillosas que mis tías me contaban al calor de las cocinas, ésas que explicaban la vida, dura y difícil, de los miembros de mi familia, comencé a recopilar las fotografías antiguas porque, a través de ellas, es más fácil imaginar y entender a sus protagonistas. El pequeño patrimonio estaba repartido entre los “Mitaíllas”, el apodo legado por el bisabuelo que conservamos con orgullo, aunque la palabra pierda todo significado lejos del pueblo de la vega granadina donde él vivió. Y los “Mitaíllas” lo guardaban como un tesoro muy querido, una herencia que fue aflorando de cajas viejas y álbumes gastados. Las visitas, acompañadas de esa cordialidad que invita a degustar la morcilla y el chorizo de la última matanza, también fueron la excusa para volver a escuchar de nuevo algunos de aquellos relatos y descubrir detalles desconocidos.

Pero algunas de las fotografías más valiosas estaban en mi casa de Málaga –la casa de los padres nunca deja de ser propia-, guardadas en un álbum de tapas rojas que había pertenecido a mi abuela María. Una de ellas, pequeña y arrugada, me llamó la atención. De entre la bruma sepia que rodea las imágenes antiguas aparecen mi madre y mi tía Encarna cogidas de la mano en una calle imprecisa de Granada. Al fondo las siluetas borrosas, oscuras, de varias personas se alejan caminando por la acera, junto a un automóvil aparcado, quizás un viejo Ford negro de principios de los treinta, que entra en una esquina del encuadre.

Mi madre debe tener seis años, mi tía acaba de cumplir los cuatro. La foto no tiene fecha, pero debió tomarse a finales de 1942. Los abrigos revelan la cercanía del invierno, tal vez el más triste de sus vidas. Las niñas miran desconfiadas a la cámara como si fuera un objeto extraño. Sin duda debía ser novedoso para ellas porque no se conserva ninguna fotografía más antigua. Las han vestido con las ropas del domingo, con sus trenzas y sus lazos en el pelo. María lleva un abrigo oscuro, con cuatro botones plateados y solapas redondas, el mismo con el que aparecerá en otra fotografía algo posterior, un poco mayor y más delgada. Encarnita viste uno más claro y muestra esa mirada traviesa de las niñas enfadadas. Por debajo de los abrigos abrochados hasta el cuello, apenas sobresalen unos vestidos a cuadros y las piernas delgadas que acaban en unos calcetines blancos dentro de los zapatos gastados. Al mirarlas, casi se puede percibir el frío de la mañana gris. El desamparo de sus ojos delata la tristeza imborrable de los niños nacidos con la guerra, esa expresión de orfandad que tienen los que han sido privados de sus madres.


La imagen, que permaneció mucho tiempo pegada a un álbum, iluminó en su reverso un testimonio imprevisto, la letra torpe, con faltas de ortografía, de mi madre le escribía un mensaje a mi abuela. Entre la caligrafía nerviosa se distinguen algunas palabras: “Te mandamos las fotos para que nos beas. Mil besos”



He tratado mil veces de imaginar a mi abuela en el pabellón de lactantes de la cárcel de Granada en el momento en el que, probablemente una monja, le entregó el sobre abierto que contenía un pequeño trozo de intimidad censurada. Detrás de la nerviosa caligrafía infantil se revela el dictado intencionadamente cariñoso de alguna persona mayor, probablemente mi bisabuela. Estoy seguro de que la fotografía debió significar un salvoconducto para la esperanza.

Nota.- Hace un tiempo, traté de condensar esta historia en un relato de cien palabras con destino a un concurso radiofónico, pero chirriaba por todos lados. Necesitaba más espacio y mi propia voz para contarlo. La inmensa tristeza de esas miradas no cabía en unas líneas. 

Anoche, antes de la cena, le enseñé la fotografía a mi madre. Justo setenta años después, la miró con los mismos ojos tiernos, que se humedecieron un segundo, y me respondió que no la recordaba. Solo acertó a reconocerse y a recordar que aquel abrigo oscuro era rojo.


06 diciembre, 2012

Los chatos


En una entrada anterior, relataba un episodio de la Guerra Civil en el que varios grupos de cazas de la aviación legionaria italiana derribaron a los dos últimos Potez de la Escuadrilla Malraux. Profundizando en el tema descubrí que, aunque la aviación nacional tuvo una clara superioridad en ese lance, los bombarderos republicanos no volaban solos. Les acompañaban tres cazas Polikarpov de fabricación soviética.


En el bando republicano, los nombres de las aeronaves fueron “traducidos” al habla popular. Así, los Polikarpov I-15 se conocieron como “chatos”, mientras a los del modelo I-16 se llamaron “moscas” o sus mayores enemigos, con los que se enfrentaron en el cielo de Motril el 10 de febrero de 1.937, los italianos FiatC32 eran conocidos como “chirris”.

Los primeros chatos llegaron a España en octubre del 36 y sólo un mes más tarde entraron en combate en Madrid, derribando a un Junker alemán que bombardeaba la capital. Mientras el bando nacional recibió desde el primer momento una importante ayuda por parte de la aviación alemana e italiana, clave para el triunfo del golpe de estado (sin la cual no habría sido posible el traslado de tropas legionarias procedentes del Norte de África y por tanto el éxito de la sublevación), el boicot internacional de las democracias europeas impidió a la República abastecerse de medios militares. Sólo la Unión Soviética le ofreció ayuda.



En enero de 1.937, cuando la presión de los nacionales sobre Málaga era angustiosa, mandaron varios chatos a defenderla. La patrulla estaba comandada por Kovalesky, conocido cono Casimiro, que murió en combate el 1 de febrero. Pocos días más tarde, todos los cazas habían sido abatidos y el ejército franquista dominaba sin oposición el cielo y el mar y tenía la ciudad a su merced. Sir Peter Chalmers Mitchell lo describe así en su obra Mi casa en Málaga:

“Por otra parte, el mal tiempo nos trajo la paz y el cese de los bombardeos. Pero era nuestra última paz. A partir del día en que el tiempo mejoró, los ataques aéreos y las alarmas se volvieron constantes. Hubo una lucha. Un grupo de trimotores volaba dando vueltas, cuando de repente, desde el mar subieron rápidamente dos aviones y luego bajaron en picado hacia los bombarderos, desapareciendo en el cielo hacia el noroeste. Las ametralladoras repiquetearon y  pudimos oír el ruido de explosiones. Después oímos que dos aviones rusos habían luchado con los bombarderos derribando uno de ellos, pero sólo uno de los cazas volvió y un hombre que se hospedaba en el Hotel Caleta Palace me contó que, durante toda la noche, estuvieron llorando dos camaradas del piloto que había muerto. Esa fue la última defensa aérea, porque el otro avión tuvo que ser retirado y, a partir de aquel momento, los aviones alemanes e italianos volaron sobre Málaga, a veces en formación y otras de forma aislada. El enemigo tenía el dominio del aire, del mar y de las montañas que rodeaban la ciudad”

Málaga cayó en las primeras horas del domingo 8, pero la desbandada se había iniciado un par de días antes. Durante más de un centenar de kilómetros a lo largo de la carretera hacia Almería, las decenas de miles de personas que huían fueron bombardeadas y ametralladas sin piedad por la marina y la aviación enemiga sin que nadie viniera en su defensa. No fue hasta el día 11 cuando aparecieron cerca de Motril las primeras aeronaves republicanas: los dos últimos bombarderos Potez de la escuadrilla de Malraux venían acompañados de tres chatos y trataron de frenar el avance de las tropas italianas que acosaban a los últimos rezagados. Muchos habían sido ya atrapados en la carretera. Los que tuvieron más suerte se vieron obligados a regresar a Málaga y otros fueron fusilados al instante.

Los cinco aviones republicanos, inferiores en número, acabaron derribados, pero les dieron un respiro a los fugitivos que huían. Los Polikarpov, con base en el aeródromo de Tabernas, pertenecían a la escuadrilla que estaba al mando de otro ruso: Osadchy.

Chato abatido el 11 de Febrero de 1.937

La República recibió 186 unidades de Polikarpov desde Rusia y, a partir de agosto de 1.937 y hasta el final de la guerra, se fabricaron en España un total de 237 “chatos”´. Al principio todos los pilotos eran soviéticos, pero poco a poco de fueron incorporando de otras nacionalidades.  En febrero de 1.937 había 4 unidades, la tercera y la cuarta estaban al mando de los comandantes Lacalle y Santamaría y formadas mayoritariamente por pilotos españoles. En la mayoría de las fotografías posan orgullosos. Algunos tenían escasa formación y pocas horas de vuelo, lo cual no les impidió que, pese a las muchas bajas, defendieran el cielo frente a un enemigo superior.



En la mañana del 11 de febrero de 1.937 la carretera que se alejaba de Motril estaba repleta. Durante varios días el cielo sólo había traído muerte, pero, cuando por fin aparecieron por levante las siluetas de los aviones, una brizna de esperanza inundó los corazones de los que huían.
Paul Nothomb, ametrallador del último Potez, recuperándose de las herdias

En recuerdo de los hombres que lucharon en el aire y de todas las víctimas que el fascismo dejó en la carretera.

Quiero agradecer a Fernando la información que me permitió corregir un pequeño error en una entrada anterior y que me ha ayudado con sus detalles a visualizar a esos aviadores para una escena de la novela. De paso recomiendo su blog