31 julio, 2013

La batalla de Monte Muro I. Los preparativos.

Tras el levantamiento del sitio de Bilbao, Serrano marchó a Madrid y el general Gutiérrez de la Concha quedó al frente del Ejército del Norte, que estaba compuesto por treinta mil infantes, dos mil jinetes y cincuenta piezas de artillería. Enfrente tenía a las tropas carlistas, al mando de Dorregaray, formadas por veinticinco mil soldados de todas las armas y con menos artillería, apenas unas doce piezas.

Entrada de las tropas liberales en Bilbao.
Concha, tras descartar una acción contra Durango, decidió llevar el teatro de las operaciones a Navarra y conquistar Estella, la capital de los carlistas. El grueso del ejército liberal lo formaba el 3er Cuerpo, organizado por el Marqués del Duero apenas unos meses antes. El 2º Cuerpo se quedó en Bilbao para defender la plaza mientras el 1er. Cuerpo, al mando del cual estaba el teniente general Antonio López de Letona, le acompañó en su avance. Los dos batallones del regimiento de Zamora nº 8, donde estaba encuadrado el tatarabuelo Antonio, formaban parte de la primera Brigada comandada por el brigadier Benito Rubio de la Segunda División del mariscal de campo Melitón Catalán, perteneciente a este 1er Cuerpo.

El general Manuel Gutiérrez de la Concha, Maru´qes del Duero
Partieron desde Portugalete hacia Vitoria sin apenas encontrarse resistencia durante el camino, pero el avance fue lento porque dejaban a sus espaldas ciudades controladas por el carlismo, como Oñate, y porque algunas partidas carlistas interrumpían de forma intermitente las comunicaciones entre Bilbao y la capital alavesa. En ella Concha pasó un mes, preparando los detalles del ataque a Estella y a, finales de Mayo, pasaron por La Guardia y Logroño.
El mismo recorrido siguió el personaje de Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales: “En Logroño supimos que los carlistas, rehaciéndose con tenaz esfuerzo del descalabro de Bilbao, reorganizaban y fortalecían sus huestes para salir al encuentro de Concha, en Navarra. Faltos de recursos, apelaban a la munificencia de las Diputaciones Forales y al patriotismo de los realistas pudientes; esquilmaban a los pueblos, y decididos a no perdonar medio alguno para adquirir dinero, llegaron al extremo increíble de afanar los fondos de la Santa Cruzada. Sin hacer caso del Obispo, que puso el grito en el cielo al tener noticia de la exacción sacrílega, conminaron a todos los párrocos a que aflojaran sin demora los parneses de la Bula, alegando que se trataba de defender la Religión y que ya ajustarían ellos sus cuentas con el Papa.”
El 9 de junio los dieseis batallones del Primer Cuerpo, mandado por el mariscal Rosell, que había sustituido a Letona, se encontraban acantonados en Sesma. Todas las fuerzas liberales arrojaban un total de 48 batallones, 20 Plasencias, 32 Krupp y más de 1.000 jinetes.

Debían enfrentarse al ejército carlista que se había situado en las colinas que circundan Estella y cuyo plan de defensa podemos conocer a través de la alocución que hizo Dorregaray en esa ciudad el 16 de junio: “Hemos abierto un perímetro de cinco leguas, numerosos atrincheramientos, sistema de defensa que al par que se esterilizará casi por completo el terrible poder de la artillería de nuestros enemigos, que tan desigual sabe hacerse para nosotros el combate, les obligará a ellos a caminar a la zapa, fortificándose de nuevo a cada palmo de terreno que logren avanzar en su penosa marcha, para venir a estrellarse con las últimas trincheras, dejando el campo cubierto de víctimas”.

Antonio Dorregaray. Retrato de E. Moreno para Historia contemporánea:
anales desde 1843 hasta la conclusión de la última Guerra Civil. 1877
En la misma, el cruel Dorregaray amenazaba con una guerra sin cuartel, ante lo cual el general Concha le respondió: “Soldados: El jefe del ejército enemigo acaba de publicar una proclama anunciando para más adelante la guerra sin cuartel. Las postrimerías de una causa perdida se distinguen generalmente pos sus crueldades. No sigamos nosotros tan horrible ejemplo. Nuestra misión es vencer y no asesinar.

Entre el movimiento de los ejércitos, la voz narradora de Pérez Galdós nos dibuja con enorme transparencia la situación política que latía por detrás: “Con sutileza de imaginación introducíame yo en el cerebro del de arriba y de los de abajo, y encontraba la percepción de un solo ideal. ¿Qué querían, por qué peleaban? Debajo del emblema de la soberanía nacional en los unos y del absolutismo en el otro, latía sin duda este común pensamiento: establecer aquí un despotismo hipócrita y mansurrón que sometiera la familia hispana al gobierno del patriciado absorbente y caciquil. En esto habían de venir a parar las mareantes idas y venidas de los Ejércitos, que unas veces peleaban con saña y otras se detenían, como esquivando el venir a las manos. Discurría yo, metido en las entendederas de aquellos hombres, que si por el momento no era lógico el acuerdo entre ellos, no tardaría el tiempo en dar realidad a mis maliciosas conjeturas. Concluirían por hacer paces, reconociéndose grados y honores como en los días de Vergara, y la pobre y asendereada España continuaría su desabrida Historia dedicándose a cambiar de pescuezo a pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares.”

Vista de Estella desde Monte Muro.
En su intento de liberar Bilbao las tropas liberales avanzaron por el valle de Somorrostro hacia la cima de San Pedro de Abanto. Ahora, para conquistar Estella era necesario conquistar la colina de Monte Muro, desde la que se dominaba la capital carlista. Pero ésta no iba a ser la única similitud entre ambas batallas. Otra vez, y no sería la última, el soldado de segunda Antonio López Martín se iba a encontrar, de forma inesperada, en el centro de las operaciones en el momento más difícil.

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