19 junio, 2014

Carta de despedida

El sábado pasado mi prima Nuría se marchó sin avisar. He dudado mucho si debía publicar aquí este texto. Describe un dolor muy íntimo, muy privado. Al final he decidido hacerlo. A lo largo de este blog he ido escribiendo historias de mi familia y siempre he intentado hacerlo desde el orgullo y la admiración. Algunas de las personas que me quieren me han dicho que, al leerlas, ellas también han compartido esas emociones. Por eso y porque no debemos sentir rubor por algo hecho desde el amor más profundo, dejo aqui esta carta de despedida.

Hay ocasiones en las que el dolor se hace tan grande que necesitamos compartirlo para poderlo soportar. Hoy estamos juntos para llenar el enorme vacío de tu ausencia. Una vez te dije que, encajando las palabras adecuadas, se podían reflejar todos los sentimientos en el blanco de una página, pero ahora sé que estaba equivocado porque no encuentro las que necesito para decirte lo que quiero.

Ante todo, debería justificar el motivo de las mismas: no podía soportar que te despidiéramos con las frases hechas, gastadas por la liturgia mil veces repetida. Hay momentos en los que las palabras apenas sirven. No sabemos qué decir ante la condolencia y el dolor extremo, pero sé que a ti no te hubiera gustado marcharte de esa forma y, por eso, me tienes aquí emborronando una carta de despedida. Pero, como casi todo en la vida, también en esto hay un motivo egoísta. Al escribirlas, repaso tus recuerdos y así puedo desahogar un llanto terapéutico. Tú, que siempre estabas dispuesta a ejercer de psicóloga de guardia para resolver los problemas de los demás, me entenderás mejor que nadie.



Eras lo más parecido a la hermana que no tendré nunca. Cuando me fui a vivir con vosotros, tú tenías cinco años. Siempre recordaré el enfado con el que salías del Colegio de las Teresianas cuando, día tras día, era yo y no tu mamá, quien te esperaba en la puerta. Luego siempre te quedabas atrás y con cara de pocos amigos en el camino de vuelta a casa. Uno de aquellos mediodías nos sorprendió un coro de cláxones en el cruce de Mitre con Muntaner mientras un señor muy serio leía un sobre en la pantalla de una tienda de electrodomésticos. No entendías el motivo de tanta alegría y tanto jaleo y yo te expliqué que acababan de darle a Barcelona los Juegos Olímpicos. Ya ves, ¡cuántas cosas nos han pasado a todos desde entonces! De niña, siempre te las apañabas para sentarte a mi lado en las mesas de todas las comidas, porque te encantaba chincharme y llevarme la contraria, pero yo sabía que no era sino otra forma de demostrar cuánto me querías. Mantuviste la costumbre de buscar la cercanía y ayer, cuando por primera vez tuve que sentarme sin ti en la misma mesa tantas veces compartida, me fui a otro lado, perdido sin tu presencia.



Fueron pasando los años y, juntos y por separado, hemos vivido infinidad de sensaciones. Te vimos crecer y sentimos la dulce rebeldía de tu adolescencia, conocimos tus sueños de mujer que fue madurando tanto como para dar consejos maravillosos en lugar de recibirlos.

La última vez que estuviste en mi casa te despediste con un enorme abrazo, cargado de cariño. Ese día, sentados en el mismo jardín desde el que ahora te escribo, me contaste sentimientos muy hermosos. Lo estabas pasando mal, la vida te había puesto a prueba, pero en ese esfuerzo de superación me contaste cómo descubriste un lado positivo: había mucha gente que te quería y estaba dispuesta a ayudarte. Me explicabas las conversaciones que habías tenido con tus padres y tus hermanos y cómo te habían acercado tanto a ellos y, cuando me lo contabas, yo también te sentía más próxima que nunca.

Ya sabes que nunca fui un buen padrino, por mucho que combatiera el desastre de mi memoria para no olvidar el día de la Mona y que no te faltaran los bombones Ferrero que tanto te gustaban. Me encantaba que, cada cuatro de marzo, sopláramos juntos las velas del pastel de nuestro aniversario. Haber nacido el mismo día nos hacía especiales. Porque, creo que siempre lo supiste, tú fuiste muy especial para mí. Lo único que no te perdono es que te hayas marchado tan pronto porque, a partir de ahora, sin tí ya no podré celebrar nuestro cumpleaños.



Cuando me dieron la mala noticia no puede llorar durante horas. No encontré las lágrimas. Me negaba a creer que te habías marchado para siempre. Ya sabes que nos parecemos mucho. Tú siempre tratabas de demostrar que eras más fuerte de lo que me decían tus ojos. Cuando empezamos a compartir el vacío de tu ausencia todos sentíamos lo mismo: “esto es una pesadilla que no existirá mañana al despertar”. Pero ya han amanecido dos días y es una verdad que tenemos que aceptar.

Al principio de esta carta decía que ese vacío que nos has dejado es enorme. Sólo lo llenaremos con una montaña de recuerdos. Yo he querido empezar a poner los primeros granos de arena de esa enorme montaña e invito a todos los que te querían y han venido hoy a despedirte a que, aunque sea en silencio, aunque ellos tampoco encuentren las palabras, encuentren los recuerdos con los que tapar ese vacío. Y no sigo más, aunque te diría millones de cosas. No quiero que me digas que me enrollo demasiado. Solo quiero darte las gracias por ser como fuiste, por hacerme sentir orgulloso de ti, y lanzarte un beso lleno del cariño que siempre nos supiste transmitir, un beso enorme, eterno.


NURIA PRAT ROCA
4 Marzo 1981 /14 Junio 2014