03 marzo, 2015

La realidad puede llegar a ser más novelesca que la ficción

Hace unos días traía aquí una cita de Modiano sobre el tiempo que se necesita para que salga a la luz lo que ha sido borrado, para encontrar las pistas en los archivos ignorados y rescataba uno de esos documentos perdidos como excusa para escribir una escena en la que, a partir de datos escasos, intentaba perfilar un personaje.

Los azares que entremezclan la realidad con la ficción pueden llegar a ser caprichosos,  fascinantes, casi increíbles. Cuando semanas atrás comencé a enfrentarme a las escenas que tratan describir la vida de mi abuela en la Prisión de Mujeres de Málaga, decidí reemprender la investigación histórica que dejé casi aparcada al principio del camino y tirar de uno de los muchos hilos que quedaron en la madeja.

Tras enviar un documento debidamente cumplimentado, que explicaba los motivos de mi solicitud, recibí por correo certificado un voluminoso paquete del Ministerio de Interior. Contenía varios centenares de páginas –que algún amable funcionario debió dedicar varias horas en fotocopiar para mí- con los expedientes de tres personas sobre las que había solicitado información: el capellán de la prisión, uno de los directores que estuvieron al frente de la misma mientras mi abuela estaba reclusa y la subdirectora.

Guardan partidas de nacimiento, calificaciones de estudios, certificados de nombramiento, recomendaciones, solicitudes de vacaciones, sanciones impuestas por negligencia, bajas por enfermedad,  telegramas de confirmación de permisos… Todos ellos debidamente fechados, firmados y sellados. Entre las firmas se pueden encontrar las de Victoria Kent –la ministra que impulsó una importante y humanizadora reforma penitenciaria durante la República-  la de varios ministros franquistas de Justicia como Esteban Bilbao, Raimundo Fernández Cuesta o Antonio Iturmendi y un considerable número de funcionarios. Los sellos contienen escudos de diversas instituciones monárquicas, republicanas y fascistas que recorren más de sesenta años de tiempo. Los documentos están repletos de frases hechas, sobre todo en los primeros momentos de la dictadura que se cuentan por los años que han pasado desde la Victoria, que incluyen encendidas exclamaciones a Franco –curiosamente siempre tres-, que en ocasiones se despiden recordando lo mucho que hizo Dios por el nuevo régimen.



Más allá del testimonio frío, funcionarial, pueden leerse dramas, vidas azotadas por las circunstancias cambiantes que nos hablan de una funcionaria que abandona su puesto en la Administración de la República cuando la guerra ya está perdida y que, pocos días después de la Victoria, ya ha conseguido cuatro avaladoras capaces de firmar las declaraciones necesarias para pasar la purga y continuar en el Cuerpo; del director de prisiones que pide la excedencia por motivos personales y muchos años más tarde se pone al servicio del Movimiento Nacional y se afilia a la Falange para escalar en el escalafón: de un religioso que se esconde en el consulado mejicano de Málaga durante los meses de “terror rojo” y que lo primero que hace, pocos días después de la conquista de la ciudad por las tropas de Franco, es ofrecerse voluntario en la capellanía de la cárcel de mujeres.

Al cura lo imaginaba navarro y, más concretamente, de un pequeño pueblo cercano al País Vasco, al director nacido en una de esas villas minúsculas que se pierden en la meseta y a la subdirectora como una de esas personas que no han nacido en Madrid, pero acuden a la capital buscando las oportunidades que en ella ofrece la Administración. Todo lo que mi imaginación había inventado se ha visto confirmado por la realidad de los escritos. Aunque conocía los nombres y los apellidos de las personas decidí inventarme otros para convertirlos en personajes de novela. Al cura lo imaginé como Padre Iturbe y la casualidad traviesa ha querido que naciera en una aldea navarra llamada Iturgoyen.

La realidad puede resultar en muchos casos mucho más fabulosa que la ficción. Para reconstruir la historia tapé con mi imaginación los puntos oscuros, que entonces desconocía, sin atreverme a soñar que la luz posterior no sólo confirmaría, sino que acabaría agrandando muchos de los detalles inventados.

Cuando imagino trato de alejarme de los tópicos, pero la realidad acaba confirmándome que lo más probable es siempre la intuición más normal, la más sencilla, que luego acaba enredándose para construir, con la realidad más novelesca que se pueda imaginar, una historia maravillosamente posible.